En los últimos días hemos comprobado que la democracia no solo se ejerce en las urnas. El auge y caída de un gobierno ilegítimo en menos de una semana ha demostrado que la presión ciudadana en las calles puede ser clave cuando nuestra democracia está en riesgo.
Muchos de nuestros políticos han cometido la monstruosa irresponsabilidad de tener poder y no saber cómo encauzarlo hacia los fines indicados.
Pero se deben a nosotros. Sí, a pesar de todo, se siguen debiendo a sus electores. Porque en medio de todo esto, cometieron un error garrafal; contaron con una ciudadanía apática e indiferente. Y aunque el poder legal sigue siendo suyo, hoy la vigilancia ciudadana está encarnada en las puertas del Congreso, pues ayer, mientras el Pleno sesionaba (para escoger a quien sería nuestra tercera figura presidencial en este mes), había afuera cientos de peruanos listos para arbitrar en las calles las decisiones tomadas en el hemiciclo.
Estos políticos han tenido el atrevimiento -la intrepidez- de no respetar el poder que hemos depositado en sus manos y el descaro de seguir mintiéndonos. Ya era hora de que nos diéramos cuenta de todo lo que nuestra capacidad de exigir puede lograr. Incluso con una clase política lamentable en frente.
Ahora el reto es mantener activo ese interés de la ciudadanía, sobre todo el de los jóvenes, quienes reclamamos una clase política que se amolde a los tiempos y que tenga sensibilidad a lo que se pide de ellos. El interés ciudadano en la política debe ser algo constante, dinámico, recordando siempre que son ellos los que se deben a nosotros.
Los dos jóvenes que perdieron sus vidas de manera imperdonable a causa de la represión policial, protestando por su país, exigen un llamado a la acción para cada uno de nosotros. Un llamado a trabajar unidos por un Perú que tenemos que navegar hacia el sosiego.