Da la impresión de que el Congreso de la República está sentenciado a ser, por desgracia, el epicentro de la desvergüenza. Los hemiciclos se suceden cada cinco años, dibujados casi con la misma tiza, y ni siquiera este, el que resultó luego del grito general #VáyanseTodos y la disolución, ha logrado copar medianamente las expectativas de cambio.

Es como si, en cada relevo, un virus se inoculara en los nuevos congresistas y, entonces, se desata una competencia por quién hace quedar peor a la institución que representa al Poder Legislativo. Las layas de desacreditar al Parlamento que se han visto son variopintas, y lo que más enerva es que el sufragante no escarmienta y vuelve a equivocarse eligiendo a cada espécimen, con las excepciones del caso.

Hablando de ejemplos y cuando el país requiere con urgencia de acciones de desprendimiento, pero sobre todo de lecciones que hagan creer a las nuevas generaciones que no todo está perdido, los “padres de la patria”, en voz y voto de la Comisión de Ética, archivaron la denuncia contra diversos coleguitas de Lima y Callao que, orondos, cobraron los gastos de instalación.

O sea, el COVID-19 nos tiene hasta el cuello, faltan camas en todos los hospitales, escasea el oxígeno, la gente se muere (incluso de inanición); no obstante, los supuestos representantes del pueblo se zurran en la necesidad de quienes los hicieron probar las mieles del poder depositándolos en una curul y ahora se muestran como unos verdaderos cacasenos de la política.¿La democracia aguanta todo? No, señores. Como los avivatos del Congreso expectorado que, el último día de sus funciones, se chantaron -con aval de la Mesa Directiva- un bono que en total implica un desembolso de 600 mil soles. ¡Abusivos!