Yo no sé ustedes, pero a mí, ese Cristo del Pacífico en el Morro Solar no me causa gracia. No por la efigie del cristianismo, sino porque fue un regalito de Odebrecht a García, y de este a Lima, y de esta al Perú. Tampoco detesto un obsequio, pero cuando el origen del dinero es dudoso, es mejor deshacernos de este.

No quiero ser más papista que el papa, pero, caramba, ¿no les parece demasiado tener que recordar que unos brasileños -confabulados con peruanos- nos hicieron los cholitos y nos contentaron con un dulce Monterrico? ¿No les parece que los peruanos somos los “tontolerantes” de Latinoamérica? ¿Guardarían los guantes que usó el ladrón que saqueó su casa?

Porque, valgan verdades, ese dinero de las coimas de Odebrecht a los funcionarios públicos no salía de las arcas de Río de Janeiro, tampoco de la billetera de Jorge Barata, ni de Alejandro Toledo y, posiblemente, tampoco de Alan García y Ollanta Humala. El cobre pertenecía al niño que no tiene recursos para atenderse en un centro de salud decente. A ese le quitaron los millones de dólares.

Por eso, da risa y vergüenza cuando los congresistas -y algunos periodistas-, con total desparpajo, dicen que el futuro de la imagen es mantenerla y hacerla atractiva para los turistas. Entonces, que también les indiquen a los guías qué van a responder cuando los extranjeros -y una gran mayoría peruana que ni sabe dónde vive- pregunten quiénes y por qué donaron la imagen del Cristo del Pacífico.

Es utópico que desarmen la escultura de 37 metros de alto con base, y, conociendo a nuestras autoridades, quedará allí como una ofrenda de Odebrecht adquirida con los ripios de las arcas nacionales. A todo esto, ¿qué dirá el grupo católico que avaló y echó el agua bendita a la imagen? No creo que le haga mucha gracia que a su Cristo -nada Pacífico- le arrope el manto oscuro de la corrupción.