“El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error mayor”. La frase de Confucio, el filósofo chino, ilustra perfectamente la sostenida culpabilidad del votante peruano en la elección de presidentes y congresistas que, salvo contadas excepciones, llegan a socavar, sin ningún descaro, las bases del país para apuntalar -con artimañas y triquiñuelas- intereses subalternos.
Sobreviene tan podrida la clase política, esa que nació de las ánforas, que, por ejemplo, en plena crisis sanitaria, con miles de familias de luto por la muerte de abuelos, padres e hijos, el Parlamento -que mantiene el ADN del anterior Legislativo de mayoría fujiaprista disuelto por Martín Vizcarra, está en una carrera contra el tiempo para sumar poder y acomodarse para los años venideros.
En ese cometido, les importa un comino tumbarse la institucionalidad, como ocurrió con el evidente afán de Manuel Merino de ponerse la banda presidencial, rumbo al Bicentenario, a costa de la vacancia de Vizcarra Cornejo. Llamar a los mandos militares, en lugar de conversar con el ministro de Defensa, no tiene atenuantes. Estaba seguro de que se admitiría la moción de vacancia presidencial.
Y, a falta de un Mamani o Becerril, ahí tenemos a Edgar Alarcón, el de los audios del inefable “Richard Swing”, para quien la Fiscalía pide 17 años de prisión por corrupción y tiene la desfachatez de presidir la comisión de Fiscalización. ¿Y quién depositó a este señor en una curul? La gente, pues. En este caso, los sufragantes arequipeños. La voz del pueblo no siempre es la voz de Dios.
Que el presidente responda después de que deje el cargo, en 2021. Mientras tanto, vayamos buscando representantes cuyo interés principal sea el país. Y cuidémonos de la Covid-19.