El trastorno bipolar es definido por la psiquiatría como una enfermedad penosa, que causa cambios extremos en el estado de ánimo y que comprende altos emocionales (manía o hipomanía) y bajones (depresión). Estos cambios extremos pueden afectar aspectos esenciales de la vida cotidiana como el sueño o los niveles de energía. No es difícil hacer un paralelismo de este mal con el gobierno de Pedro Castillo.
Permítanme el símil. En casi 100 días de gestión, el presidente ha emitido más de un mensaje orientado a promover las inversiones privadas y el respeto a la institucionalidad. De todos ellos, el más contundente y concreto ha sido la designación de Julio Velarde al frente del Banco Central de Reserva (BCR), una ratificación que todos (salvo los radicales de izquierda) aplaudimos. Incluso, se ha preocupado en dar ese mensaje en cumbres internacionales, como la CELAC o ante gremios como la Cámara de Comercio de EE.UU.
Entonces, solo la bipolaridad llevada al plano político puede explicar anuncios como el del lunes en el que Castillo pide al Congreso una ley para estatizar el gas de Camisea. ¿No sabe acaso que los contratos tienen rango de ley, según la Constitución? ¿Que el solo plantear el despropósito es para que cualquier inversionista con un mínimo de sensatez aleje sus capitales del país? ¿No sabe que lo único es afectar las posibilidades de los más pobres? Es cierto, al final no es un problema psiquiátrico o de doble personalidad. La enfermedad es otra aunque sigue siendo mental. Es el virus del comunismo insertado en la mente de Castillo y para combatirlo no hay vacuna que valga. Aquí las medidas son extremas o el país se va a poner peor de lo que ya está. No esperemos llegar a UCI. Cada día es un día perdido y el paciente se agrava. El Congreso es el único médico que puede extirpar este cáncer desde su raíz y sacarnos de la agonía.