La interpelación de un ministro de Estado es constitucional. De eso no queda duda. El titular de Economía y Finanzas, Alfredo Thorne, debe acudir hoy al Congreso de la República a explicar el contexto de la conversación con el contralor Edgar Alarcón. Sin embargo, la forma en que el Pleno del Parlamento quiso llevarlo de las narices reafirma el interés de la oposición, en su mayoría fujimorista, de golpear a la figura presidencial.

Aunque es función del Legislativo convocar a un ministro de Estado cuando su labor esté en duda, la presencia de Thorne no tiene razón de ser porque el fujimorismo ya le pidió que renuncie antes que lo censure. Pasó lo mismo con Martín Vizcarra, quien dejó Transportes antes de que le pasen la aplanadora naranja.

Algunos defensores del gobierno y ácidos críticos del fujimorismo culpan a este último grupo de no dejar trabajar a Pedro Pablo Kuczynski, de poner cortapisas con frecuencia para doblegar al mandatario y petardear a sus principales figuras para enviar el mensaje al público de que quienes en realidad gobiernan conviven en el Congreso.

No obstante, considero que la conversación de Thorne con Alarcón sí merece una aclaración en el seno del Parlamento, no con la forma radical con que el fujimorismo extiende la invitación. Pero, salvo por los medios de comunicación, no hemos escuchado la respuesta completa del ministro.

Es claro que ni la oposición mandó a Thorne a pisar el palito ni tiene por qué dejar de cumplir su función fiscalizadora. Pero, la forma de hacer política del fujimorismo es con chaira en mano, no guarda la compostura, y en vez de citar a un alto funcionario, amenaza con censurarlo sin escuchar su versión. Tampoco tiene por qué sorprender esta postura. Lo cierto es que hoy la cabeza de Thorne está puesta en bandeja de plata y la oposición naranja, sin vergüenza, está dispuesta a cocinarla.