Lo señalado ayer a El Comercio por el exministro de Energía y Minas, Iván Merino, en el sentido de que recibía constantes presiones del exsecretario general de la Presidencia de la República, Bruño Pacheco, para nombrar a determinados personajes en dicho sector, y que el presidente Pedro Castillo estaba al tanto de estos hechos, trae abajo la historia que nos quiere contar el propio mandatario y su corte de ayayeros, en el sentido de que no sabía lo que pasaba a su alrededor.

Ya una vez el propio presidente Castillo trató de burlarse de los peruanos al decir que no sabía qué era el Movadef pese a que en 2017 organizó una huelga con ellos y se reunía muy sonriente con sus cabecillas. También ha pretendido apelar a su “inocencia” para justificar su intención de dar una salida soberana a Bolivia a través de nuestro litoral. De igual forma, dijo que no sabía nada de la fiesta que Karelim López organizó a su hija en Palacio de Gobierno. ¡Pobre señor!

Nos quiere vender la historia de que como es “de la chacra”, “del pueblo”, araba la tierra y añora sus tamales chotanos, no tiene malicia y es pura bondad. Algo así también nos ha pretendido decir Daniel Salaverry, quien en la puerta de Palacio de Gobierno ha echado su bendición al mandatario al afirmar que van a rezar al mismo templo. Nadie con un pasado cercano a Sendero Luminoso o que sea socio de Vladimir Cerrón, nos puede salir con ese cuento.

Por eso, lo dicho por el exministro Merino es clave, pues deja en claro que el presidente Castillo sabía de las andanzas de su secretario general, ese personaje famoso por esconder 20 mil dólares en un baño y que se creyó el dueño del Perú hasta que la realidad lo bajó a tierra y le hizo ver que no era más que un pobre diablo de antología. Más bien debería estar agradecido que el Ministerio Público lo trata con manos de seda y no ha pedido que lo encierren en un penal.

La victimización y la historia del “pobrecito” ya está agotada. Hoy solo convence a Aníbal Torres, a sus ministros que no conocen la palabra “renuncia”, a sus congresistas sobones (incluyendo a “Los niños” de Acción Popular) y a sus escuderos mediáticos que cada vez son menos. El presidente Castillo está sentado en la tapa de una olla a presión que pronto va a estallar, y argumentos de defensa tan risibles y hasta pintorescos como los mencionados, de nada le van a servir.