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Qué duda cabe. Incluso, si asumimos que Kuczynski realmente no sabía qué ocurría con Westfield Capital, este no puede librarse de una escandalosa negligencia: él era ministro, y a través de su empresa unipersonal, el gestor no podía hacer lo que le plazca bajo la excusa de la muralla china corporativa. No debe sorprendernos, entonces, que sus opositores no hayan cambiado de opinión respecto de la vacancia.

Sin embargo, esta situación crítica ha dejado ver un problema que no teníamos mapeado: cuándo y por qué procede vacar un presidente. Hace unos días, El Comercio publicó una nota en la que recordaba todos los casos de vacancias presidenciales en el Perú. Con excepción del caso de Alberto Fujimori, las vacancias se dieron en contextos en los que la enemistad entre el Ejecutivo y el Legislativo era dramática.

Más allá de si consideramos que el Presidente está incapacitado moralmente o no para gobernar, resulta innegable que la moral es un concepto tan amplio que para acusar a alguien basta con un poco de creatividad. ¿A qué político importante no se le ha cuestionado la moralidad?

Luz Salgado dijo que “en el juicio político basta con los indicios” y Víctor Andrés García Belaunde señaló que los congresistas no son jueces, sino políticos y que -por tanto- la vacancia es un juicio político y no penal. El punto es que es precisamente el carácter político, lo que puede resultar peligroso si se usa sin parámetros.

Teniendo en cuenta la tremenda crisis en la que nos deja una vacancia, deberíamos, al menos, regular con más rigor la figura. No vaya, a partir de ahora, servir de cheque en blanco para cortar cabezas.

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