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Uno de los candidatos con más simpatía y convocatoria a la alcaldía del distrito de Tama, en Tokio, Japón, en el pasado mes de abril, fue nada más y nada menos que un robot. Se llamaba Michihito Matsuda y en la campaña electoral proponía terminar con la corrupción.

De color plateado y con todas las características de un personaje de ciencia ficción, el robot prometía cambiar la ciudad con oportunidades para todos. Según el portal japonés NHK News, la gente respaldó a la máquina y fue el tercer candidato más votado de las elecciones. El ganador fue Hiroyuki Abe, con 34,603 votos, seguido por Takahashi Toshihiko, con 4457, y el robot Michihito Matsuda, con 4013.

Es evidente que no solo en el Perú hay un clamor contra la corrupción, sino también en países, como Japón, que se ubican entre los más desarrollados del mundo. Apelar a la colaboración de un robot para solucionar este problema solo indica que se están acabando las alternativas para elegir autoridades.

Por ahora un robot emerge como metáfora de lo posible para resolver la crisis y la mala gestión que hacen estragos en una ciudad o un país.

Cuando las cosas marchan mal y no solo sobreviven problemas serios sino que se agravan, la gente empieza a valorar otras cosas. Lo del robot o el Pato Donald como candidatos pueden ser detalles para graficar este momento complicado, pero hay algo peor que eso. Que aparezca un “salvador” de carne y hueso que con demagogia y prédicas antisistema desbarranque la democracia y la desaparezca.

Hay que elegir a personas que sean honradas, pero también capaces, reflexivas, productivas, creativas, con el conocimiento que el cargo exige y con cultura del ahorro. Todo esto está muy vinculado al éxito. Por supuesto, esto no será fácil en un país acostumbrado al golpe de suerte, al asistencialismo, a la criollada y al “Dios es peruano”. Por eso, depende de ustedes, ciudadanos, quienes son los que eligen. Si las próximas autoridades son buenas, malas o pésimas, ustedes son los responsables, porque las pusieron allí.