Ni crean que los piuranos de hace 200 años eran muy diferentes a los de hoy. No se imaginen que salieron a las calles, en multitudes, a reclamar la independencia. Muchos todavía se asomaban por las ventanas para ponerse de lado de los realistas o los libertarios.

Un Seminario y sus amigos tuvieron que salir a convencer y animar al vecindario para que se sumasen a lo que ahora estamos conmemorando. No usaré la palabra celebrar, que suena a fiesta y pachanga, porque parecería tan torpe como los patanes que se fueron a recibir año nuevo a Miami.

Miguel Gerónimo tenía 35 años, era un muchacho cuando decidió ser separatista de aquello que comenzó en 1532, casi tres siglos antes, cuando Pizarro fundó esta ciudad. Los hermanos Seminario, José de Lama, Tomás Cortés, Baltazar Taboada, Tomás Diéguez, Manuel del Valle, Pedro León y Valdez, Miguel y Tomás Arellano, Buenaventura Raygada, José Manuel López, entre otros, fueron activos proselitistas de la libertad. ¿Qué hemos hecho con esa libertad que nos legaron estos ancestros nuestros? ¿Nos hemos hecho merecedores de disfrutarla? La libertad tiene un precio, es cara, no es gratis.

Fueron entonces a reclamarla en el atrio de la iglesia San Francisco, en esa modesta esquina de la calle Lima.

Hoy, el representante de esa misma Iglesia, el arzobispo de Piura, nos soltó esta pregunta: “¿La Piura del Bicentenario, es una Piura más próspera en lo espiritual y en lo material? Me temo que la respuesta no es del todo positiva.” Fue la unión de los piuranos la clave del éxito del liderazgo de Miguel Seminario y sus amigos en 1821.

Esta unión es más importante que poner nuestros nombres en esas placas conmemorativas que los que vengan después de nosotros, harán lo mismo: reemplazarlas. Pongamos nuestro sello en lo eterno, no en lo frívolo.