A los agentes inversores les importa poco quién gane la presidencia de la República, me afirma un amigo economista. Lo que buscan ellos, agrega, es que les aseguren cada centavo puesto. Y hoy, a estas alturas del conteo de votos, ¿quién cree que le está haciendo ganar o perder dinero a los empresarios? ¿Por qué nadie habla de este efecto?

La hipocresía en la política suele tener esos hediondos silencios. Por un lado, se recrimina que la Bolsa de Valores de Lima haya tenido una pérdida de -7.7 % acusando a Castillo de su efecto. Por el otro, nada se dice del impacto Fujimori en esta incertidumbre de la segunda vuelta, que solo crea zozobra en las inversiones.

Derecho es que se impugnen votos y se observen actas de sufragio. Como también es válido cuestionar que haya habido ciertas irregularidades en el conteo de votos en mesas. Lo que no les da pie a algunos es malbaratar la palabra “fraude” por algunos indicios aislados en las elecciones, y querer que la mayoría de pobladores fustigue los resultados. En la primera vuelta, salvo Rafael López Aliaga, los otros candidatos presidenciales aceptaron los resultados. Perdieron y se retiraron.

Nadie habló de fraude ni de artimañas para darle votos al ganador. Y es que la política tiene esos matices, el perder es uno de estos. ¿Qué había dicho el postulante de Renovación Popular y por qué luego calló? Habría que preguntarle. Espero que enlodar las elecciones no sea una jugarreta para deslegitimar al próximo gobierno y aplanarle el camino al Congreso para dar el golpe. Porque lo único que se logra hasta ahora es que, pasada una semana de la segunda vuelta, dudemos que alguien se juegue por el país y dé su brazo a torcer. ¿O se pretende anular los resultados sin más argumentos que unas firmas dudosas?

Tanto se habló del temor por la incertidumbre de los inversionistas, que ahuyentan posibles negocios y que el futuro del país está en juego, que ahora es lo que menos les importa. Si la bolsa se desinfla, si el dólar vuela, ha quedado en un segundo plano. Seguimos viendo un triste espectáculo, y, claro, el verdadero interés no era el de las mayorías, sino de algunos.