“La honestidad que hace la diferencia” es ahora un slogan desvinculado de la realidad. Si la gente se acuerda que el candidato Ollanta Humala dijo una vez que la diferencia esencial entre su propuesta y la de los otros 12 candidatos es la honestidad, se sentirá defraudada. Al Presidente no se le juzga tanto por sus actos en los casos López Meneses y Martín Belaunde sino por lo que su Gobierno representa en estos escándalos.

El Jefe de Estado es ahora un turista de sus promesas. Parece que él y todos los que lo rodean estiman y valoran la honestidad, pero solo en los demás. En estos tiempos ya es notable la diferencia entre el acto de proponer y el de gobernar.
La gran lección es saber que con la voluntad, a ese nivel, no alcanza . Un candidato puede ofrecer la honradez en forma serial, pero eso es abstracto, no es medible. Hace falta un poco de pragmatismo, que lo dan el conocimiento y el liderazgo .
A Ollanta Humala no lo van a ayudar los silencios cómplices de los congresistas, fiscales y procuradores, las excusas banales de los ministros y los amigos que el poder produjo. Y menos Daniel Urresti, a quien aplauden más por su show que por sus resultados en la lucha contra la inseguridad. Es lamentable, que el ritmo del Gobierno lo marque un tipo que, como decía Voltaire para definir el pensamiento positivo, tiene la manía de seguir pensando que todo está bien cuando las cosas van mal.
Es curioso, la oposición, los medios y la gente aspiran a que el Presidente sea preciso, diga las cosas como son y convenza con sus actos. O sea, que ofrezca lo que no dio nunca.
En tanto, las comisiones investigadoras, los procuradores y fiscales siguen trabajando. Esperamos menos palabreo, porque la retórica ya está degradada ante los claros indicios de lobbysmo y corrupción.
Tampoco queremos que la hagan larga, porque si hay intereses para ocultar la verdad, sucederá lo que casi siempre sucede en el Perú, las investigaciones se alargarán vaya a saber hasta qué fecha.

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