A lo Ferrando, lanzaré el requerimiento: ¿quién me consigue un peruano que confíe en los políticos? Tal vez me quede sin resultados. Y si lo hacemos al revés, ¿quién me presenta un político que crea en los peruanos? Podría ser lo mismo. Entonces, ¿debería ser una relación obligatoria? Somos un país que vive entre sufragios y campañas todo el tiempo.

Nos obligan a elegir a personas en las que poco o nada confiamos. Pero allí vamos. Cada cuatro años escogemos a alcaldes y gobernadores, y cinco, al presidente, congresistas y parlamentarios andinos.

Es una relación de odio y amor. Cuando menos queremos a nuestras autoridades más tiempo nos pasamos eligiendo a una. ¿Acaso no deberíamos pensar en un voto libre y facultativo? ¿No debería quedar en cada uno la posibilidad de decidir? Si así fuera, estoy seguro que solo acudirían quienes en realidad creen en un cambio.

Sería ideal que haya una medición de indicadores para saber cuánto nos ha servido el voto obligatorio, si en realidad el país necesita presionar a su población para que vote. La reforma política debe incidir en este tema para que, en realidad, no obliguen a gente a tener afinidad con tal o cual candidato.

La verdad, cuesta creer que un político termine confiando en los peruanos sino, más bien, necesitándolos para llegar al poder. Un amor interesado, si quieren ser menos románticos. Y uno llega a esa conclusión porque con suma facilidad los candidatos desaparecen una vez finalizada la campaña.

Espero que el próximo Congreso tenga los pantalones y acabe de una vez con ese falso romance entre candidatos y electores; que defina que solo a quienes les interese el rumbo del país tengan la posibilidad de escoger en quienes confían, y que ese trance no se desarrolle como una espada de Damocles.