El Perú del Bicentenario tiene un panorama sombrío. Y es que el profesor, literalmente, se ha desplomado como un castillo de naipes en los primeros días de su mandato. Sin encuestas de por medio, estamos seguros de que parte de ese “pueblo” que votó por él tampoco esperaba un presidente del Consejo de Ministros de la catadura y el extremismo de Guido Bellido. Peor, imposible.
Y, claro, hay un Cerrón de poder que está enterrando su protagonismo como flamante mandatario. El premier misógino es uno de sus hombres, como lo son varios de los que integran el Gabinete. Todo hace suponer entonces que, al ser dueño del lápiz, es el que pone el punto final. Falta saber, nomás, hasta dónde llegará la permisibilidad o la sumisión partidaria del maestro cajamarquino.
Lo cierto es que esta bicefalia -con pelos y sombrero- al mando de las riendas del país ha desatado augurios maquiavélicos. Dizque, en primer orden, que todo estaría fríamente calculado para, haciéndole pisar el palito, sacar del juego al Congreso de la República, patear el tablero e instaurar su capricho político máximo, que es una asamblea constituyente para generar una nueva Constitución.
Toda la nación está en una actitud expectante frente a los pasos que está dando Pedro Castillo. Sí preocupa que crea que le hace un favor a la prensa cuando declara (a cuentagotas), que se haya refugiado en la informalidad (está soslayando varios protocolos oficiales) y que no desactive la bomba que ha puesto en la PCM, desafiando a propios y extraños y al Legislativo.
El alegato para el voto de confianza al Gabinete nos dirá, finalmente, de qué otros condimentos está hecho este Gobierno y qué coraza tiene el Parlamento para honrar su majestuosidad.