“El capitán es el último que abandona el barco ¿no es cierto?. Una vez que todas las personas que trabajan en el sistema (de salud) estén vacunados, recién será nuestro momento, como debe ser”, respondió el 10 de febrero  Pilar Mazzetti a la pregunta si se había vacunado. Ahora sabemos que mostró una convicción a base de mentiras y que no hubo ninguna coherencia entre lo que dijo que iba a hacer y en lo que hizo. La exministra de Salud ya había recibido la segunda dosis de Sinopharm casi un mes antes.

La creíamos con autoridad moral para encabezar la lucha contra el COVID-19, pero la realidad ha degradado cualquier idealización.

Mazzetti ya tuvo problemas cuando fue ministra del Interior en el Gobierno de Alan García, en el año 2007, por  la compra de 469 patrulleros con precios sobrevalorados. La doctora renunció y la licitación se anuló.

Pasó el tiempo y recuperó credibilidad. Al final, la gente se ha olvidado de tantas irregularidades y actos de corrupción de presidentes, ministros, congresistas gobernadores y alcaldes, que no solo los perdona sino que incluso a algunos los pone de nuevo como autoridades.

Hoy es diferente. No digo si es más grave o no, solo que es diferente. Tanto Mazzetti como Vizcarra y otros que se vacunaron subrepticiamente han afectado el día a día de los ciudadanos. Han postergado a los que deben tener prioridad en las vacunas, pero también han dejado en claro que no todos somos iguales. Pero lo peor es que nos quitan la esperanza y la fe en esta lucha para contener el COVID.19. Estamos en una guerra y generar desánimo y decepción en los peruanos es una clara traición al país.