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Los terroristas Osmán Morote y Margot Liendo volvieron a la cárcel, luego de casi cinco meses de cumplir arresto domiciliario. Ambos, más el sanguinario cabecilla de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, y siete dirigentes de esta organización criminal, fueron condenados a cadena perpetua por el atentado en la calle Tarata, en el distrito de Miraflores, en Lima, donde murieron 25 personas en 1992. “Se ha hecho justicia. Viva el Perú”, fue la expresión más repetida en nuestro país luego de esta sentencia, hace dos días.

Sin duda esta decisión judicial era esperada por todos los peruanos. Se ha castigado con el máximo rigor las situaciones de caos, odio y terror que desencadenaron hace casi 40 años estos subversivos y que generaron miles de muertos.

Seres desquiciados convirtieron al Perú en un infierno. Militaban en un movimiento terrorista que pretendía llegar al poder a través de la violencia. Ante esta espantosa realidad, todos experimentamos una sensación de inseguridad, temor, incertidumbre y principalmente de vulnerabilidad.

Por ello, hay un ánimo de regocijo entre los peruanos por el veredicto del juzgado. Que estén presos toda su vida los terroristas, quienes no solo dejaron muerte y destrucción sino que sumieron al país en una crisis sin precedentes, es motivo de confianza hacia nuestras instituciones y de esperanza para que la impunidad no se asiente en el Perú. Este es un buen paso, justo cuando se conmemoraba el 26 aniversario de la caída del líder senderista Abimael Guzmán.