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La primera vez que Alan García estuvo en la cárcel no duró ni un minuto. Doña Nita Pérez, la madre del líder aprista y dos veces presidente de la República, contó en 1985 a la revista Caretas que ocho días después del nacimiento de su hijo (en mayo de 1949) lo llevó al penal de El Frontón, donde estaba encarcelado su esposo, Carlos García Ronceros, para que conozca al bebé. “Fue una cosa muy breve. Carlos se quedó asombrado cuando le dije: ‘Aquí está tu hijo’. No hizo sino levantar la tela que lo cubría y me dijo: ‘Vete, vete, por qué lo traes a un sitio como este, se va a infectar de tantas cosas’. Ante su molestia, me fui rápido”, contó la señora.

Recuerdo esta anécdota y no puedo dejar de relacionarla con el designio de Alan García, cuyo suicidio y su secuela continúan generando una repercusión de gran magnitud. “Este lugar no es para él”, quiso decir su padre hace casi 70 años al referirse a la cárcel. Y así fue.

Mario Vargas Llosa describió una vez a Alan García con esta frase: “Él es un actor y los actores en el escenario no mienten: cambian de libreto, según el papel que hayan elegido representar”. Hace 20 días el expresidente eligió su papel de víctima ante una coyuntura que muy probablemente lo llevaría a la cárcel.

El impacto emotivo ha sido gigantesco y han quedado de lado la reflexión y la objetividad. Algunos han celebrado esta tragedia y otros han tejido delirantes confabulaciones para justificar la acción de su líder. Sin embargo, lo peor de los peruanos se está volcando a las redes sociales. Se pone de manifiesto un clima de irrespetuosidad insoportable, con una desmedida suma de insultos y agresiones para defender o atacar a Alan García y los apristas.

Sobre este tema y otros más, como las confesiones del exdirectivo de Odebrecht Jorge Barata, que involucran a casi toda la clase política del país, se ha originado, más que un debate o una polémica, una reyerta. En un sistema democrático tan golpeado como el nuestro, es lógico que se discuta y polemice, pero no puede haber espacio para la violencia verbal y la grosera descalificación. Se necesita pensar y reflexionar, si no el lenguaje veloz destruirá más y nunca nos acercará.

Existió un hecho y miles de opiniones sobre ello en los medios, y principalmente en las redes. El asunto es que lo segundo, producto de la emoción y el ímpetu de la gente, ha sido más importante que lo primero. Si debemos sacar una lección de este delicado momento por el que atraviesa el Perú, es que necesitamos la utopía de unirnos.

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