Desde hace varias décadas, el contrabando se ha convertido en parte del paisaje en la región Puno, donde vehículos cargados de mercadería ilegal, vigilados por mafiosos armados que no dudan en enfrentarse a la Policía, circulan con absoluta impunidad, afectando la economía del país, que deja de percibir millonarios ingresos por culpa de estos delincuentes.

Lamentablemente, ningún gobierno ha tenido la voluntad política de poner freno a las “culebras”, que son el símbolo del contrabando en la sierra sur del país. Se han dado algunos intentos. Incluso se ha sacado al Ejército para apoyar a la Policía. No obstante, el problema se mantiene latente. El último fin de semana se ha detenido a seis personas en Puno y se ha intervenido 25 inmuebles, pero es poco.

Las autoridades saben muy bien cuáles son las rutas de los delincuentes, qué modalidades usan para evadir a las escasas autoridades que les pueden salir al frente y quiénes integran estas organizaciones. No obstante, falta impulsar la lucha contra este delito. Es de esperarse que esta parsimonia no tenga nada que ver con lo dicho hace más de un año por el presidente Pedro Pablo Kuczynski, en el sentido de que no le disgusta “un poquito de contrabando”.

Aduanas y la Policía Nacional hacen lo que pueden, pero necesitan el apoyo de más arriba para hacer frente a un problema histórico que está ante los ojos de todos. El Estado no puede seguir siendo objeto de burla por parte de organizaciones criminales que han amasado millones de soles. ¿Cuántos años más tendrán que pasar para acabar con las “culebras”?