Que un 46% de los asistentes a la Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE), que se acaba de clausurar en Paracas, apruebe la gestión del ministro Daniel Urresti, habla a las claras de lo lejos que estamos de una verdadera clase empresarial dirigente. Se dirá que 54% -la mayoría- no gustó del favorito de Palacio y que estoy exagerando, pero lo que me preocupa es que un alto porcentaje -casi la mitad de los encuestados por Ipsos Perú, ¡vamos!-, entre las personas con acceso a la mejor educación del país, piense que Urresti lo está haciendo bien.
La cifra confirma, además, que para un sector importante de empresarios y ejecutivos, contar con una visión a mediano y largo plazo, mediante planes de trabajo con objetivos preestablecidos, es algo que está muy bien para las compañías que ellos lideran, pero no tanto para el país, pues basta con el circo que el ministro del Interior implementa como principal bandera contra la delincuencia.
Así, parecería que solo en Economía, Producción, Educación o en el directorio del BCR está bien exigir la mejor tecnocracia, pero para combatir la inseguridad e impulsar la necesaria reforma de la Policía Nacional basta conformarse con una personalidad carismática y dicharachera que nos haga la noche, como ocurrió entre risotadas bobas durante la jornada inaugural de esta CADE, velada en la que Urresti se midió con el hombre que había reformado la Policía colombiana, el general Óscar Naranjo, quien sí transmitió una visión completa y no el amasijo de bravuconadas que parece satisfacer a tantos.
El problema es muy complejo y pasa por el cambio de nuestro propio chip respecto a las prioridades del país. Que el Presidente necesite un histrión para sumar puntos en las encuestas es una cosa, otra que un auditorio de ejecutivos acepte gato por liebre. Ojalá que respecto a ese 46% que festeja a Urresti, mi buen amigo Pablo de la Flor, presidente de esta CADE, no haya arado en el desierto.