GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

Los meses de verano suelen ser una ocasión propicia para tomar vacaciones. Aprovechando que los hijos que van al colegio o cursan estudios superiores no tienen clases, muchas familias van a la playa, mientras que otras viajan para visitar a algún familiar, conocer nuevos lugares o pasar unas semanas en su pueblo de origen. Todo eso está bien y merece que, quienes pueden hacerlo, den gracias a Dios por tener esa posibilidad, porque hay muchísimas personas que no pueden tomar vacaciones, sea por limitaciones económicas, físicas o de otra índole. Merece también que, quienes tienen la posibilidad de tomar vacaciones, sepan vivirlas bien. Ciertamente, por ejemplo, ir a la playa es muy bueno, porque los rayos del sol y el agua del mar fortalecen la salud. Lo mismo podríamos decir de ir al campo, donde se respira aire puro, se pueden hacer buenas caminatas y subir algunos cerros o escalar montañas. Eso, sin duda, es mucho mejor que pasar el día en casa viendo televisión o videos, porque esto reduciría el descanso a un tiempo infecundo y le quitaría su verdadero sentido. Pero también se perdería el verdadero sentido de las vacaciones si estas, contaminadas por un deseo enfermizo de consumir, se dedicaran solo al activismo desenfrenado o a la autocomplacencia egoísta, que distraen el corazón e impiden dar su debido valor al tiempo y a las personas.

No se requiere de mucho para pasar unas buenas vacaciones: dedicarse un poco a la oración, otro poco al deporte, pasar más tiempo con la familia y los amigos, asistir a algún evento cultural o artístico, aprovechar para leer algunos buenos libros y para hacer obras de caridad, como visitar enfermos o invitar a casa a alguien que está especialmente necesitado de sentirse querido y valorado. Estoy seguro de que si lo hacemos así, pasaremos las mejores vacaciones que puedan existir, porque volveremos contentos y descansados.