Mario Vargas Llosa, quien estuvo agazapado durante la primera vuelta electoral, ha expresado su elección de votar por Keiko Fujimori, catalogándola como el “mal menor”. Esto, por supuesto, ha generado portadas y la corriente de opinión de sus acólitos, quienes han tenido que releer sus argumentos. ¿Cuesta creer? No mucho, casi nada.

Nuestro nobel es de derechas y, a diferencia de la situación en la que debíamos elegir entre Humala y Keiko, inclinándose por el primero de ellos, en Pedro Castillo no ve la opción de cambio, es un zurdo efusivo. Además, el expresidente nacionalista no era ni fu ni fa, ni chicha ni limonada.

El problema con el candidato de Perú Libre es que no se doblega ante la oportunidad de macerar su discurso hacia una izquierda centro. Todo lo contrario, a medida que pasa, si no es Castillo, son sus seguidores quienes terminan espantando a quienes quieren ver en él algún ápice de moderación.

Tantas letras escritas contra el socialismo, a Vargas Llosa no le queda de otra que elaborar un guiño de desprecio a favor de quien izó toda su vida la bandera de la política ramplona, huérfana de valores. Esto sin olvidar que han sido los fujimoristas y su barra brava quienes toda la vida han despotricado del escritor.

Para Vargas Llosa es más importante el modelo económico, el mal menor en lugar de la luz de las tinieblas. Porque de Fujimori no hay talante que nos sorprenda, más que una alzada de hombros en señal del qué más da. Su contrincante, más bien, se empeña por sorprender con discursos de espanto.

Lo que Vargas Llosa no puede hacer es cautivar a los antifujimoristas para convencerlos de dejar atrás tanto latrocinio descarado, tanta infamia de sus congresistas, tanta muerte sin reparo. En fin, lo que el nobel desea es una oportunidad de reconciliación forzosa. No queda de otra.