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Óscar Pérez, el policía rebelde contra el régimen dictatorial de Nicolás Maduro, que estuvo en la mira del chavismo desde que entró en la clandestinidad luego de que el 27 de junio de 2017 liderara un ataque aéreo contra edificios estatales en la idea de desestabilizar al Gobierno hasta que sea derrocado, ha sido abatido por las fuerzas de la gendarmería chavista. Desde aquella valiente gesta, que algún día deberá ser reconocida por la Venezuela democrática que tarde o temprano volverá, el régimen le había puesto la cruz y solo quería su muerte, la que ha sido lamentablemente confirmada, configurando un asesinato. Los videos en que Pérez, minutos antes de ser arremetido por las fuerzas del Gobierno -incluidos los colectivos-, había anunciado su deseo de entregarse, dando aviso con tiempo de que no disparen, son la prueba fehaciente de la intención del madurismo de eliminarlo. En esas circunstancias, es decir, hallándose rodeado y en completa indefensión y sin peligro de atacar -con el evidente animus de rendirse-, estaba claro que cualquier acción policial o militar inmediatamente posterior para liquidarlo, como así se hizo, era innecesaria y ya constituía una incuestionable ejecución extrajudicial. Durante su obligado escondite, Pérez había difundido por las redes sociales una denuncia contra Maduro y su cúpula por la comisión de delitos de lesa humanidad. Esta habría sido la razón que llevó a Maduro a desesperar, pues sabe perfectamente que la Corte Penal Internacional, con sede en La Haya, Países Bajos, tarde o temprano lo juzgará y sentenciará, junto a sus demás coautores mediatos, por la violación sistemática de derechos humanos en Venezuela. Pérez está muerto y su familia lo llora, y entonces toda la Venezuela luchadora y democrática deberá hacer duelo nacional y esta vez vestir de negro para criminalizar al propio Maduro y su cúpula, expresándole su rechazo y condena total por el cobarde asesinato.