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Guiado por sus propios impulsos, en un santiamén Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, ha decidido volver a cerrar la frontera con Colombia. La medida se ha realizado en el acto y se parece a los mandatos de los monarcas del absolutismo europeo del siglo XVI que por sus caprichos se decidían los destinos de las personas. Sabiendo Maduro de las letales consecuencias que produce el cierre de las fronteras en una época donde más bien la prevalencia es a la apertura de las mismas, no le importa nada las consecuencias de su impensada decisión. Para Maduro, las mafias que operan en los territorios fronterizos colombianos de Cúcuta y Maicao hieren permanentemente a la economía venezolana al introducir billetes de 100 bolívares en su país. El asunto de fondo no está determinado por la fluidez de estos billetes en el mercado fronterizo entre ambos países, del que Maduro se jacta haber neutralizado unos 6 millones de bolívares, sino por la pésima dirección de la política económica chavista. Maduro no da en el clavo ni acierta nada. Las 72 horas de esta medida imperativa, que ya están corriendo, lo único que va a acelerar es la agudización socio-económica del país, que es el escenario ideal al que tanto aspiran las mafias fronterizas. Maduro actúa solo por impulsos. Sus caprichos son más evidentes que sus exiguas o inexistentes cuotas de racionalidad gubernativa. A nadie a estas alturas se le ocurre cerrar las fronteras y, además, de la noche a la mañana. La última vez que Maduro lo hizo se produjeron afectaciones muy notorias en esa parte del país. Maduro cree que conspiran contra él todo el tiempo y no se da cuenta que con sus medidas dislocadas, lo único que está haciendo es seguir agudizando la realidad económica del país.