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Nadie quiere ir al infierno y a la Venezuela de hoy, que lo parece, por supuesto que tampoco. El responsable que el país llanero se haya convertido, conforme un reciente reporte, en el segundo más violento del planeta, después de El Salvador, es el mismísimo régimen chavista, aferrado al poder por más de tres lustros. Todo parte de la autoridad central. Si esta es incapaz de sostener una propuesta para el desarrollo, entonces todo se derrumba inexorablemente. Venezuela es ingobernable y la vida por esos lares no vale nada. Las muertes al año llegan a casi 29,000, una cifra aterradora. La desesperación de la gente por la gravedad de la crisis económica -no existen servicios básicos y lo que es peor, no hay qué comer- pegado a la barbarie política de un gobierno que se aferra al poder, ha llevado a exacerbar la conducta social cruzando el límite de la tolerancia. Los venezolanos penosamente soslayan su escala de valores y entran en un círculo de sociedad anarquizada, donde impera la delincuencia que actúa sin miramientos. Salir por las calles de Caracas de noche es cruzarse o juntarse con la muerte. Nadie que quiere vivir lo hace. En este país la impunidad se ha convertido en una regla, incrementándose los índices de criminalidad y nadie cree en las instituciones que yacen totalmente manipuladas por un régimen que al supremo valor de la democracia, lo ha pisoteado sin inmutarse.

La conducta social ha degenerado tanto -protestas, saqueos, asaltos, etc.- que la vida diaria se ha desgraciado para la gente que, sin proponérselo, desarrolla actitudes vandálicas en su afán de sobrevivencia, muriendo en un santiamén. Así acabó la vida de la ex Miss de Venezuela Mónica Spear y la de su esposo, atracados en una carretera del país. Toda una tragedia nacional insospechada si miramos el boom petrolero que tuvieron en los años 70.