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La historia que está escribiendo el pueblo de Venezuela es heroica. Dios quiera que esté -como parece- llegando a su último tramo, al único que falta para recuperar su libertad. Que nos sirva de lección al resto de pueblos del mundo, especialmente a los latinos, más proclives a este tipo de experiencias donde detrás del mito de la justicia social del marxismo se esconden las más oscuras y podridas dictaduras. Porque ya sabemos que las familias de Chávez, Maduro y de todos sus líderes están aseguradas con las fortunas que han colocado en paraísos fiscales. El gobierno de Maduro sigue atrincherándose solo para prolongar un poco más la agonía de un régimen acorralado interna y externamente. Por ahora miden fuerzas porque es natural que nadie quiera un desenlace sangriento para terminar con dos décadas que también tiene una estadística mortal. El éxodo de su gente y la resistencia de la oposición le ha otorgado una tremenda credibilidad que explica el consenso internacional a la causa democrática, dejando aislados y con intereses subalternos evidentes a Rusia, China y a los “bolivarianos” de Cuba, México, Bolivia. En el mismo plano se entiende el papelón de la izquierda peruana, tan cara dura al momento de responder con disciplina a consignas y militancias. La actuación de la diplomacia peruana ha sido impecable y fundamental en este proceso, y el pueblo peruano, en general, tolerante y comprensivo con la migración de un pueblo oprimido por la violencia de la hambruna y el abuso. Dios quiera que el final de la dictadura y el comienzo de una nueva democracia no necesite que hermanos disparen contra hermanos.