Existen dos grandes herramientas de vigilancia para el Fenómeno El Niño: las naturales, que el científico con conocimiento puede seguir y comparar debido a la recopilación histórica de su comportamiento y el creado por el hombre; y los modelos matemáticos, que dependen muchísimo de los datos, pues si estos no son buenos tienden al error.
Lamentablemente en el país, los datos no alimentan de manera correcta a los modelos internacionales, que a su vez algunas instituciones peruanas regionalizan. Sin embargo, al añadirle nuestros datos para un pronóstico de escala más pequeñas, se equivocan y generan las dudas que durante muchos años sufrimos. A la larga se convierten en indicadores generales que permiten el caos.
Entonces, existe el comportamiento histórico del calentamiento del Océano Pacifico, que es el primer síntoma para poder advertir desde este mes si llega un fenómeno El Niño como el del 1997-1998 o 1982-1983. Para bien de nosotros, eso no va a ocurrir.
Las lluvias que van a ocurrir en el norte en el próximo verano, se deberán a la estacionalidad, por lo cual ya deberíamos estar preparándonos en todos los sectores socioeconómicos a fin de no esperar las emergencias o en todo caso reducirlas. Al parecer el comportamiento del océano será como el verano del 2018, 2011, 2006 o 1989.
¿Qué podemos lograr con esto? Comparar los años de lluvias y sequias entre ellos, sacar una media y lo redundante asegurar desde ya su protección. Pero aún queda trabajo de vigilancia 24/7 para advertir lo que no está controlado y minimizar daños.
¿Es poco? ¡No! Son muchísimas vidas y millones de soles los que se salvarían. Además, nos falta vigilar el otro aportante de fenómenos meteorológicos, que es la atmosfera verde del Amazonas.