Hoy se cumplen 359 años del fallecimiento de San Vicente de Paúl (1581-1660), el santo que ha vivificado con su experiencia de vida la virtud de la caridad en la historia de la Iglesia católica de Francia y del mundo entero, en el tamaño de trascendente. La Congregación de la Misión de Padres Vicentinos que fundara en 1617 —hace 2 años celebró sus 400 años de existencia— llevó adelante la tarea de la evangelización de los pobres y, de estos, los más pobres. No existe, a mi juicio, ninguna figura de la Iglesia en sus 2000 años de existencia que tenga mayores reportes en su tarea totalizadora por los más necesitados como la que llevaron adelante San Vicente y los sacerdotes que lo acompañaron a lo largo de su vida al servicio de los más necesitados. Ese mismo año también fundó las Damas de la Caridad y, en 1633, a las emblemáticas Hijas de la Caridad con Santa Luisa de Marillac (1591-1660). Los vicentinos han prodigado su obra por el mundo entero. En 1858 llegaron al Perú —gobernaba el mariscal Ramón Castilla— los tres primeros misioneros y, con ellos, 45 hijas de la caridad. Crecieron tanto que un siglo después, en 1955, fue creada la Provincia Peruana. Como gran parte de la acción de la Iglesia, los vicentinos han llevado su misión hacia la obra educativa, hallándose en Surquillo (Lima), Ica, Tarma y Chiclayo. Los tengo en mi retina y en mi vida desde que era monaguillo y luego catequista en la parroquia de San Vicente de Paúl, en Surquillo, y los vi como ahora empeñados en la formación espiritual y humanística de los que menos tienen. Su obra silenciosa es extraordinaria y hay que relievarla. Trabajan como nadie, sin parar, desde el alba hasta muy de noche, y eso poco se sabe o poco se dice. También están en los asilos y en los hospitales, como Vicente, confundido entre los enfermos de París dándoles el aliento de Dios, siempre con el carisma de ver por los que menos tienen en la vida. Mi aplauso por ellos y porque este año cumplen 100 en la iglesia Virgen Milagrosa de Miraflores con esa imperturbable misión.