Hubo un fin de año alterado y reciente en que Martín Vizcarra dejó de lado su presencia protocolar en Brasil para regresar a Lima y respaldar al equipo Lava Jato, defenestrado por el entonces Fiscal de la Nación Pedro Chávarry.

Los entonces líderes acusados y sus acólitos piteaban, reclamaban que el jefe de Estado promovía la persecución contra los opositores. Miren cómo es de irónica la vida y la política: hoy Vizcarra está contra las cuerdas por el trabajo de ese mismo equipo de fiscales que él, de alguna manera, empoderó.

Es verdad: podemos reconocerle a Vizcarra el hecho de haberle dado independencia plena a los fiscales del caso Lava Jato. Yo, sinceramente, dudo mucho de que eso se hubiese dado en otros periodos, con otros presidentes. Y tengo razones para dudarlo.

Eso, sin embargo, no convierte en inocente a Vizcarra. De hecho, los testimonios de personas que postulan a ser colaboradores eficaces en los casos que lo involucran en la región Moquegua apuntan a presuntas comisiones de delitos que no son poca cosa. La novela de Swing ha quedado desdibujada ante las nuevas revelaciones. Y las investigaciones deben ser emprendidas con seriedad y rigor, pues hay elementos suficientemente potentes para llevar al mandatario hasta el fin de un proceso judicial.

Sería hermoso que el hoy presidente termine condenado por una acusación emprendida por una fiscalía que él mismo respaldó. Sería hermoso en términos democráticos en un país que todavía está en vía de desarrollo en ese aspecto. Pero todo tiene sus tiempos y sus procesos.

Forzar la salida de Vizcarra ahora mismo sería justamente atentar contra aquello que hoy se ve saludable: una fiscalía, e incluso una prensa, con independencia suficiente para poner en aprietos al mismo presidente de la República. ¿Qué mayor garantía que eso para ir a las elecciones de 2021?