Como Hércules, héroe romano notable por su fuerza, coraje y orgullo, que enfrentó 12 pruebas, llegar a la Antártida para nosotros, los peruanos, también lo es todos los años.
Desde Lima a Punta Arenas (Chile) nos separan seis horas de vuelo y desde allí hasta la Antártida apenas dos horas. Es más corto que ir de Lima a Tacna. Sin embargo, no basta con encender el poderoso Hércules (avión de la Fuerza Aérea del Perú que llega hasta el frío continente) y volarlo. Es más arduo que eso.
El clima de la Antártida es un sistema complejo, debido a que es “la cuna de todos los frentes fríos del hemisferio sur”. Es el centro de un gran conjunto de espirales de mal tiempo, impenetrables en el invierno austral, algunos de los cuales ingresan a nuestro país y los llamamos heladas o friajes. Por eso, es importante estudiarlos.
Pero en verano se debilitan y nos dejan espacios para operar el Hércules. En términos aeronáuticos, los llamamos ventanas meteorológicas. Estas vías libres duran cierta cantidad de horas, con lo que permite el ingreso de nuestro poderoso avión a la isla Rey Jorge, donde se encuentra la base científica peruana Machu Picchu.
También hay dos enormes masas de agua de diferente densidad y temperatura, que se juntan y forman el estrecho de Magallanes, y que por la interacción océano-atmósfera generan, dentro de las ventanas, ciertas turbulencias que las tripulaciones con experiencia, como las del Hércules, las saben manejar.
Como es verano, el hielo se derrite produciendo un ablandamiento de la superficie. La visibilidad se hace tan baja, que los pilotos en algunos casos pueden ver el piso solo cuando están a punto de tocarlo. El aterrizaje no es simple, al igual que las demás tareas que hay que hacer con el Hércules. La simbiosis aviación-meteorología debe ser precisa para que nuestro avión cumpla su misión y asegure así la presencia del Perú en la Antártida.