Dejo los temas políticos de lado ante la imperiosa necesidad de escribir desde los rincones de la aflicción sobre lo que ha significado el 28 de noviembre para quienes somos hinchas de Alianza. Será incomprensible y una eterna paradoja del universo, en todos los tiempos, entender los sentimientos que puede generar en la vida una actividad aparentemente fútil e intrascendente como el fútbol.
Desde ese espacio indescifrable, explicaré que crecí en el epicentro de La Victoria, a dos cuadras del estadio de Matute. Escuchaba los partidos de Alianza por radio e iba a la segundilla cuando no podía pagar una entrada y me solacé en la efervescencia de una pasión apabullante e infinita.
Veía al Comando Sur regresar del Estadio Nacional con un triunfo inolvidable en medio de una feria de fervor, cánticos y banderas por la interminable avenida de la alegría que era para mí entonces la calle Isabel la Católica, donde vivía.
Sumergido en el universo del fútbol, cada fin de semana significó para mí respirar una atmósfera que teñía mi mundo de un azul y blanco intensos, y crecer en un ambiente culturalmente arraigado a lo negro, lo popular y lo festivo, que eso y más representa ser aliancista.
Y claro, hubo épocas de gloria y oscuridad, de dolor (como la tragedia del Fokker) y furias, pero nunca algo como esto. ¿Qué se siente? Una insondable y persistente tristeza. Contradictoriamente, no es el odio o la ira la que prevalece, sino la tristeza que invade y copa, como un vino amargo, todos los rincones habitables por el sentimiento.
Como si se hubiese perdido a un ser querido. Y entonces, uno empieza a elucubrar las decenas de circunstancias que hubiesen podido evitar la catástrofe y concluye que no, que no había forma, todo estaba en contra porque hasta la extraña redondez de la pelota nos había secuestrado la suerte.
Sin duda, el amor por Alianza ha fermentado en mis venas desde que la vida me expulsaba de la infancia pero el 2021, que jugará en segunda, no será la excepción. Es el momento ideal para revalidar una lealtad irrevocable y de renovar una devoción. Y juntos, por supuesto, que nadie lo dude, volveremos.