En tan solo tres semanas tendremos a un nuevo grupo de legisladores en el hemiciclo. Sin embargo, el pasado domingo el diario El Comercio informó que solo un partido –el Partido Morado– de entre los diez primeros en intención de voto ha hecho público su programa legislativo.

Lo que ha primado en esta campaña –a falta de propuestas–, ha sido una serie de discursos atomizados, muchas veces apelando al miedo y la confrontación.

“Elige bien”. “Vota a conciencia”. Suena fácil. Pero escoger a un representante no es como elegir un par de zapatos. Los seres humanos tenemos intereses. ¿Cómo puedes saber cuándo alguien va a estar dispuesto –cuando llegue el inevitable momento– a velar por los intereses de sus representados en lugar de los suyos propios? ¿Cómo sabes cuándo verdaderamente eliges bien? ¡Y en una campaña sin propuestas! Quizás vendría mejor decir “no elijas mal”.

En lo que a mí concierne, no elegir mal implica elegir representantes que prioricen la gobernanza. Claro que el Congreso debe fiscalizar y ejercer control político; pero aquellos que expresan sus críticas en manera de juicios generalizados absolutos, no dejando más opción que estar totalmente de acuerdo o en desacuerdo, nos llevarán a la polarización –y de eso ya tuvimos suficiente–. Esos que repiten sin cesar “interpelación” o “vacancia”, buscan más de lo mismo. No elegir mal es también desconfiar de los demagogos. ¿Medio pasaje aéreo para los universitarios? Ni hablar. ¿Reducir los sueldos de los congresistas? Complicado. Son argumentos efectistas pero de muy poco impacto en lo que realmente necesitamos: generar inversión para tener más y mejor empleo.

Finalmente, hay que interesarnos. La política es un negocio nefasto de constantes desilusiones. Pero es el desapego político por parte de la ciudadanía lo que permite que se presenten candidatos que ofrecen tan poco. Es nuestro deber exigir más para poder elegir mejor.