El “que se vayan todos” crece día tras día. Está claro que difícilmente Pedro Castillo podrá “sobrevivir” y su salida del cargo parece solo una cuestión de tiempo. Y también está claro que la gente no quiere que sea este Congreso quien se quede capitaneando el barco. La salida que se impone, en ese sentido, es una transición para nuevas elecciones, un adelanto de elecciones, es decir. Pero me temo que eso solo será el inicio de un nuevo desastre.

No hay evidencia alguna que nos haga pensar que esto será distinto. Si hay elecciones generales el próximo año las mismas fuerzas políticas seguramente volverán a dividirse el poder en el Congreso, y las prácticas serán las mismas. No ha habido reformas políticas para cambiar el escenario y los partidos tampoco tienen intención de emprenderlas. Estos mismos partidos nos mostrarán las mismas caras y las mismas taras. En unos meses no habrá variaciones en las organizaciones porque tampoco hay nuevas reglas que lo exijan. Y si hay más parlamentarios en virtud a la bicameralidad, habrá que ver si el número de impresentables también se amplía.

La elección del nuevo presidente de la república será el gran lío por resolver. Como están las cosas, con el hartazgo de la gente y la decepción generalizada ante la clase política no se ve a nadie enarbolando un poquito de ilusión, el atisbo de un nuevo comenzar. Lo más probable, así como están las cosas, es que tengamos una vez más a Keiko Fujimori llegando a segunda vuelta, la misma fotografía del “anti”, la misma polarización fujimorismo versus antifujimorismo que ha marcado las últimas elecciones y que nos ha traído hasta este presente calamitoso. Salvo que la señora Fujimori decida por cuenta propia ponerse a un costado esta vez, cosa muy difícil, pues nada puede impedirle volver a postular y lo más probable es que ella y los suyos piensen que este desastre con Castillo a la cabeza le dé por fin las chances definitivas.