La confesión de Nadine Heredia de que eran suyas las agendas halladas por el programa “Panorama” y que motivaran su disforzada indignación y pertinaz negativa, hunde a la esposa del Presidente como figura política de peso específico a futuro.
Reflejo de esta ineludible lectura política eran los rostros de desolación de los pocos congresistas que la acompañaron a la conferencia de prensa en la que dio a conocer la noticia. Por un momento, hasta parecía que se estaba anunciando que ya estábamos eliminados del mundial de Rusia.
Y es que la mentira es algo muy complicado de sobrellevar en política. Lo saben bien los nacionalistas. Y entienden que el impacto se dejará notar también en la presencia de ellos en el próximo Congreso. Pues una cosa es incumplir una promesa electoral como resultado del devenir de las circunstancias, y otra muy distinta es negar la autoría de un hecho ante el requerimiento público de un esclarecimiento sobre él.
No me imagino otra razón que la de haber sobrestimado su poder lo que pudo haberla llevado a negar esas agendas una y otra vez a sabiendas que eran suyas. Lo hizo con la periodista Rosana Cueva primero, la noche del destape. Luego prosiguió en cuanta entrevista televisiva le reiteraban la consabida pregunta. Y todo bajo un manto de victimización que respondía -ahora lo comprobamos- a un guión medianamente bien actuado, que contó con la colaboración de su esposo en cuanta ceremonia pública aparecía.
Lo concreto es que Heredia trató de llegar hasta el último minuto del partido que decidió jugar. Cuando el pitazo final lo iba a dar la pericia grafotécnica. Ha ganado tres meses de tiempo. ¿Atando quizá los cabos sueltos que dejaban al descubierto las agendas? Después de haber aniquilado toda su credibilidad, jugada en una apuesta de cuatro agendas, de Nadine Heredia se puede pensar cualquier cosa ahora. Porque no pudo caminar derecha. Una lástima.