Guillermo Lasso ha decidido renunciar al poder en Ecuador para dar paso a una transición tranquila en la que el pueblo elija un nuevo Congreso y un nuevo presidente. La renuncia al poder, sin lugar a dudas, es uno de los pasos más importantes en la vida de un político, y Lasso, un hombre bueno y honesto que dejó una exitosa vida privada para servir a su país, hace gala de criterio y fortaleza dando un paso al costado por el bien de su país.

Renunciar al poder, dejar el primer puesto, abandonar voluntariamente la conducción del Estado por el bien de la nación es la prueba concreta de esa magnanimidad que reclamamos a nuestros líderes cuando los problemas arrecian. Se trata, sin duda, de un ejemplo raro en la región, plagada más bien de personajes aferrados a su pequeña cuota de mando, celosos de sus privilegios y prerrogativas. Hay grandeza en la renuncia al poder, aunque pocos lo reconozcan y muchos se alegren. Estos episodios nacionales se convierten en históricos porque pueden cambiar el devenir de la cosa pública, dejando lecciones que solo pueden ser comprendidas cuando pasa el tiempo que coloca en su sitio todo lo que hoy parece opaco e incomprensible.

La libre elección de Yuste, el exilio voluntario, es siempre un motivo de admiración. Nada pierde el que todo lo entrega por la patria. Todo poder es efímero, toda potestad está condenada al olvido. Sin embargo, siempre queda la autoridad, el ejemplo, el prestigio que nace del sacrificio voluntario, de la entrega sin condiciones, de esa autoinmolación en el altar del bien común. Ecuador pierde un gran presidente, pero su historia gana un ejemplo de verdadero liderazgo y generosidad.