​"Atrapa tu choro": un círculo de violencia y frustración 
​"Atrapa tu choro": un círculo de violencia y frustración 

El supuesto ladrón, encogido por el dolor, permanece tendido sobre un charco. Viste un polo gris, calcetines y no tiene pantalón. Sus piernas desnudas, rojas por los correazos, parecen a punto de desgarrarse. Su captor -enardecido y azuzado por sus compañeros- decide seguir con el brutal azote. Luego lo amarra a un poste con alambres de púas. Lo alista para su muerte.

¿Qué pasa por la mente de una persona que, cansada de la delincuencia, busca aniquilar a un hampón con sus propias manos? ¿Qué la motiva a actuar de forma criminal?

El cerebro humano, dicen los expertos, tiene mecanismos que regulan el uso de la violencia, pues ha evolucionado de tal forma que facilita la vida en sociedad. Existen, sin embargo, “inhibidores” que pueden alterar ese funcionamiento y desatar las formas de agresión más descarnadas, como ocurre en la campaña “Chapa tu choro” (ver infografía).

Sistema. Minutos después llega la Policía, que encuentra al criminal inmóvil, con la piel manchada por sangre y lodo. Ya ni siquiera se queja, luce como un cadáver, pero aún respira. “¡Si hubiera querido, lo mataba yo misma!”, grita una mujer.

“A lo largo de la vida, las personas acumulan experiencias que influyen en sus respuestas emocionales”, explica Humberto Castillo Martell, director general del Instituto Nacional de Salud Mental. En el Perú, la idea común de un sistema de justicia ineficaz, sumada a la sensación constante de inseguridad, genera desconfianza, miedo, rabia.

“Soy capaz de arrancarle el pescuezo. ¿A mí por matar un ‘choro’ me van a llevar presa? ¡Claro, como ustedes (los policías) se afanan en cuidar a los ladrones como niñitas, por eso roban!”, grita la misma mujer. Sus vecinos la secundan con frases llenas de odio.

“Las emociones colectivas se sincronizan, se expanden, porque se conectan con esa sensación de abandono y desprotección que hemos experimentado durante años. La mayor influencia la tienen las experiencias de la infancia, cuando se conocen las primeras figuras de autoridad”, sostiene Castillo.

Los entornos hostiles, con padres violentos, suelen generar personas agresivas y con poco control de sus emociones. “Las campañas de violencia son formas de regresión social y emocional, como una neurosis colectiva que se expresa de forma infantil y primitiva”, añade Castillo.

Cuando el ser humano percibe la injusticia, se activa en el cerebro el núcleo de la infelicidad, lo que motiva la búsqueda de una solución. “Al no encontrarla se escala hacia formas alternativas que tienen un costo. Cuando se administra justicia por mano propia, se genera una sensación de alivio, que es una forma de felicidad muy profunda”, sostiene Jorge Yamamoto, sicólogo social de la Universidad Católica.

Riesgos. Ante una situación de peligro, la violencia puede surgir como una respuesta defensiva, pero su intensidad y duración siempre estará limitada por la capacidad de empatía. “Al recordar que el ladrón es un ser humano, que siente y se equivoca, la rabia disminuye y se disipa”, dice Castillo.

No obstante, cuando la confrontación se vuelve una práctica común, los mecanismos cerebrales de control de violencia se adaptan y pueden “dejar de funcionar”. “Entonces, lo que parece una práctica impulsiva para imponer un castigo puede derivar en un problema de sicología de masas”, dice Beatrice Macciotta, siquiatra del Seguro Social de Salud (EsSalud).

La promoción de “linchamientos populares” puede ocasionar que la violencia se “normalice” como práctica para la solución de controversias. “Se puede producir una escalada que, tarde o temprano, tendrá un impacto en el desarrollo emocional de las personas en formación (los niños), quienes crecerán con la idea de que la violencia es normal y cotidiana”, indica Macciotta.

Esto, a nivel individual, implicaría también la inhibición de la empatía, la supresión de aquello que permite a las personas vivir en sociedad, o al menos intentarlo. Podría degenerar, dicen los expertos, en una sociedad regida por la capacidad de hacer daño... y devolverlo.

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