Los gastos que involucran a Nadine Heredia por cerca 38 mil dólares provenientes de empresas venezolanas a las cuentas de su mamá y una amiga han hecho que muchos afirmen que se deberían investigar los crímenes de los otros gobiernos, esto es visto para el periodista César Hildebrandt como “el Perú resignado y podrido el que reclama benevolencia con la Primera Dama”.
Esto es lo que escribe desde su seminario Hidebrandt en sus Trece:
La cultura de la permisividad hace que algunos piensen que 38.000 dólares son muy poca cosa frente a lo que robaron otros. Es el Perú resignado y podrido el que reclama benevolencia con la Primera Dama.
Comprarse una camisa de 1.200 dólares no está mal, aunque resulte repulsivamente manirroto, para quien se los ha ganado. Sí está mal para quien no se los ha ganado limpiamente y para quien hablaba en nombre de los pobres al lado del marido que desgañitaba anunciando el cambio sustancial que se venía si lo elegían. Resulta obvio que la señora no puede justificar el dinero que gasta ni siquiera con el sueldo que le acaba de inventar su equipo de asesores: 6.000 soles mensuales, pobrecita.
Los 38.000 dólares no están solos, Allí están Martín Belaunde y la mafia, consentida por Palacio, a la que perteneció. Allí está todo lo que se hizo para que no viniera. Allí están los negocios de las obras públicas. Allí está la primita en la SUNAT y la amiguita en la OSCE. Allí está la plata que -ahora sí- se admite como procedente de Venezuela. Allí están las preferencias por ciertas empresas brasileñas investigadas en sus sedes centrales por coimear a funcionarios de otros países.
Dan vergüenza estos dos aventureros. Sus explicaciones taradas, sus poses de víctimas, sus falsos enojos dan vergüenza. Que la señora mande a decir con su abogado que ella compraba cosas para la titular de la tarjeta no es ni siquiera un insulto. Es un recurso desesperado de mentirosa profesional.
Y que salga el señor a hablar como marido ofuscado es una escena robada a “Al fondo hay sitio