“Vallejo murió en 1938, en plena Guerra Civil Española, y la noticia apareció en la revista literaria El mono azul, y en vez de decir César Vallejo, salió Carmen Vallejo, lo cual es típico de él, la mala suerte”, recuerda con humor el escritor, catedrático y crítico literario peruano Julio Ortega, quien acaba de lanzar el libro César Vallejo, la escritura del devenir (Taurus).
A los 20 años, cuando estudiaba en la Universidad Católica, Ortega ya leía, investigaba y dictaba seminarios sobre el autor de Poemas humanos. Luego redactó antologías, trabajó con traductores de Vallejo al inglés y portugués, revisó dos veces el libro España, aparta de mí este cáliz y conoció a la viuda, Georgette Vallejo. “El libro se escribió solo”, indica en una entrevista con Correo.
¿Se acuerda qué entendía sobre la obra de Vallejo a los 20 años?
Vallejo es muy difícil de entender, pero la parte emocional, que comunica, la sientes aunque no la entiendas. Trilce es el libro más difícil de Vallejo, tiene un modo de usar el lenguaje que no corresponde a la gramática general, tiene su propio diccionario, hay que aprender a hablar Trilce leyéndolo; hay zonas que se pueden avanzar y otras más oscuras que se pueden interpretar, pero hay zonas de las que sabemos nada. El poeta brasileño Haroldo de Campos, cuando estuvo en la Universidad Austin Texas, me dijo: “Quiero que me ayudes a traducir los poemas más difíciles de Trilce, los imposibles (risas)”. Y produjo textos magníficos en portugués. Quizás Vallejo en portugués es más amable que en español, sus poemas suenan más comprensibles.
¿Qué incentivó en Vallejo esa poesía profunda, dolorosa, de muerte, de soledad...?
Es un poeta que testimonia lo incomprensible del dolor humano... Este proceso de conocimiento del dolor humano va cambiando conforme evoluciona su obra y culmina en la Guerra Civil Española, donde todas las fuentes literarias, ideológicas y culturales se evidencian. Sale su preocupación política, social, su formación cristiano-católica. Todo se mezcla en un discurso apocalíptico del fin de los tiempos, porque es la Guerra Civil y viene el nazismo; entonces, Vallejo es un gran poeta del fin del mundo conocido. El mundo que viene después será otro.
¿Cómo es el Vallejo que conoce España, Estados Unidos y Latinoamérica?
Son distintos. El que yo conocí, en los últimos años de Francisco Franco, era un poeta convertido en símbolo de la resistencia política contra el franquismo. Lo leían como un poeta revolucionario, no por sus ideas, sino por su práctica poética. Él estaba prohibido, se leía de modo clandestino. Poetas como Ángel González, Ángel Valente, Gabriel Celaya y Blas de Otero fueron profundamente influidos por Vallejo. En España, su influencia es más grande que en Perú, en Estados Unidos se lee como un poeta contestario, y en Latinoamérica es un poeta más nuestro.
¿Cómo conociste a Georgette, la esposa de César Vallejo?
Yo fui amigo de Georgette por mucho años, soy admirador y defensor de ella. La conocí porque necesitaba mi ayuda en un tema legal. Era una persona difícil, conflictiva, tenía sentido de protección muy grande de la obra y figura de Vallejo. Tenía muchos problemas con los críticos, periodistas, editores y traductores. Odiaba las traducciones de Vallejo. Fue responsable de la mejor edición de la obra de Vallejo, la edición Moncloa. Su papel, en el tiempo que le toco vivir después de la muerte de Vallejo, fue muy importante.
¿Recuerdas algunas de tus conversaciones con ella?
Sí. Tengo algunas citas en el libro. Gorgette me contó que hablaba con el fantasma de Vallejo, porque ella era espiritista (risas). Le decía: “¿Vallejo, por qué me has traído a este país horroroso? Yo quiero volver a París, quiero morir en mi patria”. Él le respondía: “No te podrás ir del Perú hasta que no publiques mis obras completas (risas)”. Era un fantasma literato. Era aguda y observadora. Me decía: “Julio, no sé por qué dibujan a Vallejo tan feo, si tenía un perfil tan fino”. Era muy coqueta (risas).