Cada cierto tiempo los políticos que gobiernan nuestro país declaran guerras; guerras que el enemigo nunca nos declara, salvo Sendero. Empezamos en la década del 80 con la guerra contra el terrorismo, luego la guerra contra las drogas, la guerra contra la pobreza, la guerra contra la delincuencia: secuestradores, violadores, extorsionadores, matataxistas, etc.; y la guerra contra la corrupción. Guerras que nunca acaban, que nunca ganamos y en las que nuestros combatientes acaban pasándose a las filas del enemigo; empresarios, políticos, funcionarios públicos, policías, fiscales y jueces corruptos, desertando o capitulando en los campos de batalla -por llamar así a las instancias institucionales-. Lo real y preocupante es que estas guerras no tienen punto final; cada una puede ser invocada para siempre. Hoy, para la guerra contra la pobreza, el gobierno ya tiene su armamento: el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social. Una vez más, el poder y el tamaño del Estado deben aumentar; lamentablemente, el poder  nunca se rinde fácilmente una vez que el peligro, si es que existía, ha pasado. Hayek indicaba que había que mostrarse precavidos ante tales invocaciones marciales, pues tras esa retórica casi siempre se esconde el deseo de recortar las libertades no sólo de los que delinquen, sino de todos; se trastocan los valores, la sospecha reemplaza a la presunción de inocencia, la inclusión se convierte en un estribillo -pues se incluye en las decisiones del poder sólo a los que piensan como ellos-, la democracia se convierte en una cuestión numeraria, la mayoría se impone a la minoría sin debates, no importan las razones, el derecho penal es la estrella, las prisiones si pudieran se harían infinitas, al fondo siempre habrá sitio;  todo es un medio para un único fin: perpetuarse en el poder y, cuando esto ocurra, será demasiado tarde para la democracia, no del número sino de las libertades. En estas circunstancias, los que valoramos la defensa de la libertad individual, debemos estar más en guardia. Un sabio consejo no está de más: siempre hay un medio racional entre la seguridad y la desconfianza. Maquiavelo.