Si estuviéramos en Hollywood y su maquinaria de ensalzar la historia estadounidense, posiblemente habrían decenas de películas y todos estarían hablando en los medios sobre “La batalla de los cinco presidentes”. En los colegios, los estudiantes aprenderían a profundidad cómo un puñado de vecinos peleó de espaldas a sus casas con un ejército profesional que los triplicaba en número.
Pocos saben que entre el 13 y 15 de enero, de hace exactamente 129 años, el monitor Huáscar bombardeó el Morro Solar, Barranco, Chorrillos y trabó combate con la batería Alfonso Ugarte, instalada a la altura de donde hoy se ubica Larcomar. Porque muchos datos se desconocen de la mayor batalla librada en la capital del Perú, de cuyas trincheras surgieron cinco hombres que alcanzaron la Presidencia de la República.
HUELLAS DE LA GUERRA. Y aunque, efectivamente, suene a película hollywoodense, esos días en las arenas de San Juan y en las trincheras de Miraflores pelearon cuatro peruanos que en los siguientes años se convertirían en mandatarios. Nicolás de Piérola era a la sazón el actual gobernante, tras derrocar en pleno conflicto al Mariano Ignacio Prado, convirtiéndose en dictador.
Los otros tres, oficiales del Ejército, se batieron de cara al invasor. Miguel Iglesias combatió en San Juan defendiendo el cerro Santa Teresa y Marcavilca. El cajamarquino era jefe del I Cuerpo del Ejército, y ese 13 de enero de 1881 peleó desde las cinco de la mañana en toda la zona ubicada donde hoy se encuentran la estación Atocongo y el cementerio de la Policía Nacional. Pasado el mediodía, rebasadas sus líneas, retrocedió con el resto de sus hombres hacia el Morro Solar.
La defensa allí fue tan cerrada que muchas fuentes chilenas tratan lo de Chorrillos como una batalla aparte, independiente de lo acontecido en San Juan. De sus 5 mil 200 hombres quedaba menos de la tercera parte a esas alturas del combate. Las calles de Surco llevan hoy los nombres de algunos de los batallones que pelearon bajo su mando, como Batallón Tarma, Batallón Cajamarca, Batallón Callao y Libres de Trujillo, este último resaltado hace algunos meses en las noticias por ser donde Rodolfo Orellana tenía su vivienda.
En el Morro aún se puede ver la placa de bronce en el punto donde se instaló el obús Rodman de 500 libras manejado por el teniente chotano David León. El reducto sostuvo el asalto de los batallones Melipilla y Coquimbo, a la vez que era castigado por la escuadra chilena, que incluía el monitor Huáscar, ya reparado luego de ser capturado en Angamos. En la cima muere en combate el mayor Alejandro Iglesias, quien no vería a su padre convertirse en el presidente posocupación chilena del Perú.
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SAQUEO Y DESTRUCCIÓN. En ese mismo combate fue también tomado prisionero Guillermo Billinghurst, al momento jefe del Estado Mayor del Ejército del Norte. Según refiere en su obra Jorge Basadre, Iglesias, Billinghurst y otros altos oficiales fueron alineados frente a una tapia para ser fusilados. En ese momento, el oficial reveló la alta graduación de los allí presentes, por lo que el sargento que comandaba el pelotón de ejecución entendió que valían más vivos que con una bala en el pecho.
No todos tuvieron la misma suerte. Durante la tarde y noche las tropas chilenas, sordas al llamado de sus jefes, incendiaron los balnearios de Chorrillos y Barranco en busca de botín. Quintas y rancherías de la aristocracia limeña y de ricos comerciantes extranjeros fueron saqueadas y destruidas, mientras que sus ocupantes fueron asesinados y vejados.
El 14 por la mañana, mientras los saqueadores dormían la resaca de la orgía, 13 bomberos italianos fueron detenidos por la soldadesca, que acusándolos de ser soldados mercenarios, los fusiló en el parque San Pedro. Todos eran miembros de la bomba Garibaldi que hasta hoy funciona en Chorrillos. Uno de ellos, Luca Chiape, tenía solo 17 años al momento de su inmolación.
Otro joven estaba a punto también de pasar a la historia con su sacrificio. Con el ejército de línea arrasado el 13 en San Juan y Chorrillos, en los reductos o trincheras de Miraflores quedaba la milicia ciudadana. Vecinos armados que se combinaron con los restos de las tropas regulares. Entre estos vecinos estaban los alumnos del Colegio Guadalupe, cuyos maestros muchas veces fungían de sus oficiales. Es en honor a ellos que se levanta en el óvalo de Higuereta el monumento a Los Cabitos, como se les llamó a estos estudiantes.
Uno de ellos era Manuel Bonilla -el estadio de Miraflores se bautizó en su nombre- de 15 años de edad. Testigos del hecho relatan que mientras asistía llevando municiones a los combatientes al pie del Reducto N° 3, en las cercanías de lo que es hoy la Base Aérea de Las Palmas, el coronel Narciso de La Colina subió al parapeto a alentar a sus tropas, muriendo instantáneamente. Bonilla vio esto y corrió a recoger su fusil y continuar haciendo fuego sobre el enemigo, pero la explosión de una granada lo mató.
Posiblemente el estallido se haya escuchado hasta el Reducto N° 1. Allí, enrolado en el batallón N° 2, compuesto por vecinos comerciantes de la ciudad, se encontraba Augusto B. Leguía, quien combatió toda la tarde como sargento de una compañía de civiles voluntarios. Sobrevivió para ser presidente en dos oportunidades, la última conocida como el Oncenio de Leguía, entre 1919 y 1930.
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EL “BRUJO” CÁCERES. Pero también quedaban algunos militares de carrera al mando de los últimos restos del ejército regular. Entre los espacios dejados entre las fortificaciones de los reductos, los sobrevivientes de San Juan defendían el paso hacia Lima. En el espacio de los Reductos 1 y 2 se encontraba el coronel Andrés A. Cáceres, que dirigía -entre otros- a los batallones Zepita y Ayacucho con sus característicos uniformes blancos y cuellos celestes.
La tradición refiere que al mando de estas tropas, Cáceres cargó a la bayoneta logrando capturar cuatro cañones de campaña a su adversario. Durante el enfrentamiento, un disparo lo hiere en la pierna por lo que debe ser evacuado del campo de batalla. Tras pasar oculto cuatro meses en un convento hasta sanar sus heridas, tomó el camino de Chosica para iniciar la campaña de la Breña en la sierra.
Cáceres vencería hasta en cinco ocasiones a las tropas expedicionarias que se enviaron a destruirlo durante más de un año. Su pericia no solo le otorgó el título de “Brujo de los Andes”, sino que la fama de jamás haberse rendido ante el enemigo allanó el camino para convertirse también en presidente de la República entre 1886 y 1890.
Cinco hombres que sin proponérselo, acaso combatiendo uno al lado de otro -salvo el caso de Piérola- en San Juan, Chorrillos, Barranco y Miraflores, ocuparon el más alto cargo de la Nación. Una historia que increíblemente casi nadie recuerda.
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