Padres purgaron condena en la cárcel y ahora son empresarios
Padres purgaron condena en la cárcel y ahora son empresarios

En la cárcel se tiene dos opciones: especializarse en el crimen o arrepentirse y mejorar. David Challapa hizo lo segundo. El instinto lo llevó a delinquir y el oficio lo liberó de la condena. Estuvo 5 años en el Establecimiento Penitenciario de Huamancaca, trabajando como zapatero, pensando en su familia, intentado que la suela y el martillo le hagan olvidar que ya no era libre. Y lo logró. Con ese trabajo alimentó a su esposa y su pequeño. Cada domingo ella lo iba a visitar llevándole más material para su trabajo y para recoger los zapatos listos. Era la única forma de ser útil, de sentirse menos culpable.

“Yo ya era zapatero antes de entrar”, comenta. Una vez fuera, luego de cinco años, siguió el oficio con una mirada diferente. Empezó a generar su pequeña empresa. El último día en la cárcel les prometió a sus compañeros de celda, Ninahuanca y Laureano, que él les ayudaría en el trabajo. Así que empezó a mandarles material. “Ellos arman todo el zapato y yo los coso”, dice. Trabaja junto a su esposa, juntos producen 40 pares de calzados cada semana y eso todavía es poco, pero prometedor para ser los primeros años de su pequeña empresa “Jordayo”. Hace unos días, salió a la feria “En cárcel Arte”, en el parque Huamanmarca. Trabaja al lado de su esposa, serio y amable. Es un zapatero de oficio, arrepentido del error y más empresario que un capitalista.

Al lado de David, Elmer León vende sus cucharones hechos en madera tornillo, pulidos y laqueados para verse más presentables. A diferencia de David, Elmer sí aprendió este oficio en el penal.

Un robo, inducido por los malos amigos, hizo que un juez lo enviara a la cárcel más segura de Junín. “Es difícil, al principio no te das cuenta, pero con el tiempo sientes que ya no tienes libertad”, me dice. No es un carpintero cualquiera, su labor va más allá, darle forma a la madera que se rehusa a ser blanda, crear formas, utensilios como el portacuchillo que hizo y por el que una dama pregunta mientras yo lo entrevisto.

Más que clavos y martillo, Elmer usa el torno. Una máquina que sirve para darle formas a las maderas. En su trabajo también se miran pescados tallados, percheros pequeños, cucharones y tablas de picar. En todos hay detalle, imaginación y esfuerzo, eso que tuvo que inventar para no sentirse derrotado tras las rejas, porque así se sintió.

SU INSPIRACIÓN. Elmer tiene una hija cuyo nombre le ha puesto a su taller. Allí está dedicado por entero a la producción, eso le da de comer. Asiste a ferias donde oferta sus productos, y entiende que la cárcel fue un mal paso que le ha dejado un huella, que habla cuando alguien le pregunta por el crimen que lo llevó tras las rejas. Lo dice rápido y en voz baja, no por vergüenza, sino por los recuerdos duros que este revive. Pero rápido levanta la vista. Otra señora pregunta por el precio de un cucharón, ya está afuera, acaba de cumplir su condena, acaba de nacer de nuevo.

Todavía es el inicio, pero los empresarios y arrepentidos ya están en la mitad de la vida. No es tarde, sino que una nube a cubierto el sol.

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