El reloj marca las 8:30 de la mañana y es hora de partir. Con el tráfico y la hora punta, viajar en bus desde mi casa al trabajo tomará cerca de cuarenta minutos. No hay tiempo. Hoy probaré algo nuevo e iré en bicicleta. Viajar en dos ruedas no es fácil. En una ciudad tan agresiva, manejar bici a veces es cuestión de vida o muerte. Y no exagero. Cuando no hay ciclovías, lo más seguro es treparse a una vereda y molestar a los peatones. Sin embargo, desde la comodidad de la acera, los transeúntes casi nunca están alertas y debo confesar que durante el mes que llevo manejando ya he 'atropellado' a cinco personas y asustado a unas cincuenta. Es así que -para evitarme algunos problemas, aunque asumiendo otros riesgos- decidí recorrer Lima tomando las pistas y enfrentarme al tráfico en mi vieja bicicleta.
Carros vs. Bicicletas. Lunes 8:30 a. m., Paseo de la República, Lince. ¡Estás estropeando el tráfico! ¡Sal de la pista!, grita una desesperada mujer desde la ventana de su auto mientras toca incansablemente el claxon. Yo me alejo y sigo avanzando. Puedo ganarle al tráfico con mi bici, pienso. Sigo pedaleando por un lado de la pista. Y aunque solo tengo medio metro de espacio entre la fila de autos y el sardinel, logro mantener el equilibrio. Avanzo veinte metros sobre Paseo de la República antes de doblar en la intersección con la avenida Canadá.
“Los ciclistas han quedado relegados. Algunos conductores ni siquiera respetan al peatón, menos a los ciclistas”, comenta Octavio Zegarra, director del Colectivo Cicloaxión. Y es que la 'democratización' en la compra de automóviles en Lima ha hecho que los conductores se crean los dueños de las pistas. “La actual situación de la movilidad urbana prioriza principalmente el automóvil, pero el modelo ideal debe priorizar los modos de transporte que promueven el beneficio social y común. La prioridad deben ser los peatones, seguido de los ciclistas, usuarios del transporte público, transporte de carga y finalmente automóvil y motocicletas”, señala Jenny Samanez, presidenta de la Embajada Peruana de Ciclismo.
A toda máquina. Lunes 6:30 p. m., avenida Canadá, La Victoria. El semáforo cambia a verde pero los autos van en procesión. En su interior, los conductores fatigan los claxons. Con algo de suerte logro colarme entre ellos y avanzar muy lentamente. Siento que soy una intrusa. Es peligroso, pero me han advertido que las bicicletas no pueden ir por la acera. Luz roja. ¿Avanzo o no? Mi vehículo no es motorizado, pienso, y decido ignorar la advertencia. La vía es libre y yo también. Alcanzo una velocidad cercana a los 40 kilómetros por hora y ahora yo soy la dueña de la pista. De pronto, decenas de autos están detrás de mí. ¿Qué haces por la pista?, alguien grita. No identifico al chofer. Desesperada, logro salir de la turba motorizada y alcanzo el crucero peatonal. Respiro. Luz roja.
Puedes leer la crónica completa en la edición 181 de la revista Correo Semanal
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