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¿Un geólogo puede cocinar? La respuesta es simple, todo aquel que gusta de comer bien puede hacerlo. No porque tenga hambre, sino porque siente que debe d arle a su paladar nuevas sensaciones. Raúl Valdivia Ugarte un hombre de 66 años, lo ha demostrado.

Como profesional estudioso de los suelos y su estructura, llegó a Santa Lucía, Lagunillas, Puno.

“Jamás, pero jamás había comido trucha y cuando me la sirvieron frita con su carne anaranjada y un olor exquisito quedé encantado y enamorado cuando sentí la carne en la boca y un saborcito que solo entiende el paladar”.

Tenía sesenta años y cuando su familia le escuchó decir a su regreso a la ciudad. “Voy a construir un altar a la trucha”, lo calificaron de loco.

Hombre de carácter y terco Raulito, como le pueden decir sus más cercanos amigos, mandó a todos literalmente al diablo.

“Yo trabajaba en Minsur, una empresa minera y de eso a preparar un plato de comida se está muy lejos”.

Lanzarse a la piscina fue un trabajo lento.

“Hay que comer rico, sentir sabores en diferentes sitios y después probar tu propia sazón”, dice.

INVESTIGADOR.- Raúl parece ese SherlocK Holmes de la comida. Sigiloso, juicioso y con una libretita andaba por restaurantes, cevicherías y picanterías.

Con un sombrero, un gabán, lentes y ojos observadores este hombre de buen diente decidió encontrar su propia firma en la cocina.

“Probaba de todo; mi objetivo era crear combinaciones, trucha con frijol, con huacaína, con habas, quinua, con todo lo que a mi paladar se sienta bien”. La oportunidad le llegó un día, mientras leía las noticias observó un aviso, “se alquila local para negocio calle Bolívar 213”.

Cogió, según recuerda, su libreta con recetas inverosímiles y sin dudarlo se acercó al lugar y le dijo al dueño: “quiero alquilar su local”.

CONTACTO GRINGO.- Su locura había empezado. “La calle años atrás no era tan cristiana, había jovencitas y jovencitos muy raros”. Pese a ello la situación mejoró cada vez más, los turistas, hombres y mujeres flacuchos, blancuzcos y con un acento extraño visitaron “La casa de la trucha”, el restaurante de Valdivia.

“Puede creer que hace seis años atrás no hablaba ni pío de inglés, hoy sé saludar y decir en gringo buenas tardes en que le puedo atender”.

Su éxito no se lo otorgó él mismo, fueron sus amigos los gringos, los extranjeros que lo recomendaron.

“Bueno, bonito barato”. Dice un mensaje de un visitante español. “Genial atención”. Dice un turista venezolano. “Estaba muy bueno”. Comenta una mujer de Estonia.

Todos estos mensajes están hechos en la página web Tripadvisor.

Su carta se ha extendido a los 30 platos todos con trucha.

Su éxito y su fama crece y es que aquí se le dice al cliente: “Si no le gusta no paga, pero si deja vacío el plato paga el doble”, una frase en tono de broma que resulta excelente para representar la casa de la trucha, un lugar donde se come bien y donde se puede prometer volver.

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