Ray Loriga: “Escribir con rigor requiere dosis de ambición literaria”

En el contexto de una guerra cualquiera, la voz de un hombre sin nombre revela nuestra hipocresía, nuestros miedos, nuestras angustias, nos hace pensar en quiénes somos y qué hacemos en este mundo que hemos construido.En su nuevo libro, Ray Loriga, Premio Alfaguara de Novela 2017 por Rendición, se sumerge en nuestros delirios, navega en lo profundo del ser humano y nos transporta a un mundo sin mentiras ni secretos, en un intento por encontrar la paz, la felicidad ideal.

¿El protagonista es un hombre pesimista? 

No lo sé. No le da tiempo pensarlo, creo. A él le están sucediendo las cosas no muy buenas todo el tiempo. Yo diría que no es tan pesimista, porque el hombre va intentando adaptarse a cada circunstancia e intenta sobrevivir, y eso es contrario al pesimismo, no sé si es optimismo, pero por lo menos es un instinto de supervivencia.

¿Por qué no situó esta novela en un contexto determinado? 

Porque eso no era lo que me interesaba contar. Si le hubiese puesto un decorado más preciso, es decir, una guerra concreta, se me desviaba hacia un trabajo de investigación, más periodístico o historiador, si quieres, y yo no quería que nada de eso empañase lo que era mi intención: situarla en un limbo y contar esta peripecia hiperrealista aplicada a una fábula.

Esa “ciudad transparente” que crea y donde no hay secretos,  ¿es un lugar ideal para usted? 

En teoría, sí. Toda la novela está hecha de paradojas, no de certezas. En teoría, sí, porque es la democracia perfecta, es la sociedad en pleno consenso y donde todo el bienestar está asegurado; todo es positivo. ¿Qué contrapartida tiene? No podemos guardar nada íntimo, ningún secreto.

¿Qué ha sido lo más difícil de escribir esta novela? 

La voz. No me he tardado años porque sea una novela muy voluminosa, sino porque temía que se me fuera el pulso de esa voz, porque toda la coherencia narrativa que pueda tener depende de que esa voz no se desvíe. Le di (al personaje) herramientas para explicarse y, una vez puesta las reglas de ese juego, el propio autor debe respetarla. Es lo que llamamos coherencia interna en la narración. Eso fue lo más delicado.

Algunos escritores se basan en hechos reales para narrar, pero otros lo inventan todo. ¿Le cuesta mucho escribir? 

Yo no creo que haya una diferencia estricta de talento ni de calidad narrativa ni de dificultad en una manera de actuar o la otra. Javier Cercas, por ejemplo, suele trabajar sobre materiales reales, pero esa es una literatura de la misma potencia que la mera invención. Una vez escogido el material, todo depende del pulso del narrador. 

Elena Poniatowska comparó su trabajo con los de Frank Kafka y George Orwell. ¿Cómo lo tomó? 

Me sonrojé de vergüenza. Son palabras mayores y lo agradezco muchísimo. Ella es una escritora magnífica y prodigiosa a la que yo he admirado durante años. ¿Cómo tomo eso? Hombre, te alegra, pero asusta un poco porque no te puedes ver en esa liga.

Es usted humilde... 

No, no, no. Intento ser realista. He estado toda mi vida admirando a escritores de ese tamaño, que para mi son semidioses. Entonces, te alegra muchísimo que te digan eso. Me hace feliz, porque uno trabaja en esa dirección. La humildad no sirve para escribir, sí la suficiente para escribir con rigor, pero también hace falta una dosis de ambición literaria, no una ambición para ganar un premio o una ambición económica, sino a una ambición literaria, y esa siempre la he tenido.

En la novela también vemos cómo a veces dejamos de observar las cosas, pasan como desapercibidas por nuestra vida o las ignoramos... 

Me alegra que lo destaques porque gran parte de lo que llamamos inocencia está basado en una ignorancia voluntaria, y te refieres bien, al personaje le pasa todo el tiempo. Así vamos viviendo casi todos nosotros hasta que el problema nos afecta directamente. Así se van torciendo las sociedades hacia el mal.

PERFIL

Ray Loriga

Escritor

Nació en Madrid en 1967. Ha publicado Lo peor de todo; Héroes; Caídos del cielo; Tokio ya no nos quiere; El hombre no inventó Manhattan; Za Za, el emperador de Ibiza, etc.