GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

Manuel Valenzuela Chacón (55), natural de Mollendo, , en el 2010 con 49 años, levantó la cabeza cuando le avisaron que ya se aproximaba su turno. Se paró con dificultad, había niños, mujeres y hombres ubicándose en la orilla del río Hudson de Nueva York, Estados Unidos. Del otro lado logró ver los edificios alzándose como gigantes, amenazando con desplomarse. Caminó hasta la orilla mientras una persona le alcanzó un banco para que terminara de alistarse. Le ayudaron a quitarse la pierna ortopédica y a entrar en las aguas frías, entre pequeños saltos que fue dando para poder avanzar. Se quitó el parche que cubre la parte ahuecada de lo que era su ojo. La gente estaba amontonada. Llenó sus pulmones de aire y se quedó ahí, por un momento, con el pecho henchido. Nuevamente una voz los preparó, y el estallido de una pistola de fogueo les indicó la partida.

II.- «Fue el 17 de mayo de 1991. Ya radicaba en Lima. En ese entonces tenía más o menos 31 años, y era suboficial de la Policía Nacional del Perú. Eran casi las seis de la mañana y acababa de apagar la alarma. Abrí la regadera y el agua helada me terminó de despertar. Al salir de la ducha vi a mi mujer aún durmiendo, que estaba embarazada de cuatro meses de mi segundo hijo, me quedé ahí por unos segundos más, contemplándola, y fui en busca de mi uniforme…», contó Manuel.

El agua estaba cada vez más frígida. El aliento de personas subidas en algunos yates, pendientes de los nadadores, lo animaban. La mitad de su brazo y pierna, de piel remangada, le sirvieron como remos. El movimiento de su cuerpo se volvió monótono

«En la comisaría la gente iba llegando. Las caras de tensión se hacían notar cada vez que sonaba un teléfono e informaban que los terroristas habían derribado una torre, que había perros colgados en los postes o que había explotado un coche bomba… Me dirigí a mi oficina -la Unidad de Desactivación de Explosivos-. Luego de unos minutos el teléfono sonó y todos nos miramos. Dejé dar una timbrada más y contesté: “¿Sí?” ¿Dónde?”. Tomé un papel y fui anotando. “¿Qué pueblo joven?”, pregunté. Colgué el teléfono luego de preguntar algunos datos más. “Vámonos, chicos. Tenemos chamba, nuevamente”, les dije…», comentó Manuel.

IV.- Estaba justo en la mitad del río y la corriente cada vez jalaba más, sus esfuerzos se duplicaban. El grupo se iba alejando. “Pa´ lante, pa´ lante, como el elefante”, se acordó de unas de las canciones de Ismael Rivera. Sus brazadas siguieron siendo fuertes y seguras, a pesar de que sintió el muñón del brazo y la pierna entumecidos.

V.- «Llegamos al pueblo joven Año Nuevo en Comas, y nos dirigimos a una cancha de fulbito. Había unos niños pateando un balón. Despejamos la zona. “Ahí está”, dije. -Era una caja hecha de bambú, atrás de un arco-. La abrí. Saqué una cuchilla especial. Hice un pequeño corte y me di cuenta que la dinamita era de verdad. Siempre tuve los nervios de acero. Volteé hacia mis compañeros, clavándoles la mirada. “Para adelante y mucha suerte”, se me vino a la mente la frase que solíamos decir cada vez que salíamos a desactivar algún explosivo. -Siendo casi las nueve y treinta, una explosión lo dejó tirado-. Sentí un sonido, casi parecido al de un silbido, en mi oído…», señaló.

VII.- «En ese momento no sentí dolor. Solo pensaba en mi esposa esperando a mi segundo hijo, me aferré a la vida -manifestó Manuel Valenzuela-. En el hospital recién me di cuenta que había perdido parte de mi brazo y pierna izquierda y un ojo derecho. Después me enteré que la parte de mi brazo había ido a parar a un techo de una casa aledaña. Sin embargo, creo que tuve suerte, porque pude ver nacer a mi segundo hijo…».

VIII.- “Vamos una hora con cuarenta minutos”, le dijo una voz, “sólo falta media milla”. Ya no sentía su cuerpo, y sus movimientos eran solo por inercia.

Siguió nadando Manuel, hasta cuando sintió unas manos que lo sostuvieron por los hombros -era un hombre que se había metido al río para recibirlo-. “Lo lograste”, le decían, mientras lo llevaban al público que lo esperaba entre aplausos y hurras. “Bien hecho”, le dijo la voz que lo había acompañado en las tres millas de ancho del río y durante las dos horas de nado, en las que la corriente se fue llevando sus recuerdos. Su esposa y sus dos hijos corrieron hacia Manuel, quien los abrazó, en la orilla del río Hudson, con los músculos agarrotados y la voz sin aliento para pronunciar palabra alguna. Esa tarde mientras periodistas lo fotografiaban y contaban su hazaña, sintió que nada había pasado, solo sonrió.

TAGS RELACIONADOS