Tradicionalmente, la Iglesia ha sido la abanderada de las posturas más conservadoras en cuanto a sexualidad. Durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, esta posición no varió. Sin embargo, con el arribo de Francisco I al trono de san Pedro, la situación pareció tomar nuevo rumbo. En 2013, el nuevo papa sorprendió con una declaración en la que parecía estar dispuesto a alinear a la Iglesia con los cambios culturales que vive el mundo.
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“Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”, dijo el pontífice en un encuentro con los periodistas que le acompañaban en el avión en el que regresaba a Roma desde Río de Janeiro, donde había presidido la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud.
Esas palabras hicieron temblar a los sectores más ortodoxos, mientras la foto de Francisco se lucía en la portada de la revista The Advocate, importante publicación estadounidense sobre temática LGTB que había elegido al papa como persona del año ese 2013.
En el artículo El Papa Francisco I y la sexualidad: políticas de dislocación, de la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales (UNAM, 2014), se destaca que el término “gay” en las primeras declaraciones del papa podría implicar un “cierto reconocimiento y acercamiento a una noción de identidad construida, politizada por y desde los movimientos por la diversidad sexual”.
Postura tradicional
La publicación de la UNAM sostiene, sin embargo, que en discursos posteriores Francisco emplea la terminología “homosexual”, más cercana “a la noción de diagnóstico del discurso médico, en gran medida acorde y consistente con la postura tradicional de la Iglesia católica, que se resiste a la ampliación de derechos a la diversidad sexual”.
De hecho, el papa luego se reafirmaría en que si bien la Iglesia acepta a las personas homosexuales, no así las uniones homosexuales. Y esto tiene que ver con la posición de la sexualidad que tiene la Santa Sede. Para el catolicismo, el sexo solo debe ocurrir en el matrimonio, que es una unión de hombre y mujer, y con fines reproductivos.
“Las uniones [...] entre personas del mismo sexo no pueden equipararse sin más al matrimonio. Ninguna unión precaria o cerrada a la comunicación de la vida nos asegura el futuro de la sociedad”, señaló Francisco en 2016.
Si bien declaraciones del papa a fines del año pasado parecieron mostrar un apoyo a la legalización de las uniones civiles de parejas del mismo sexo, pues dijo que los homosexuales tienen “derecho a estar en una familia”, el Vaticano se apresuró a aclarar que ello era válido para el ámbito civil pero no significaba que la Iglesia aprobara las uniones homosexuales.
Hoy, la Congregación para la Doctrina de la Fe, una entidad eclesiástica que es heredera de la Sagrada Inquisición, emitió un documento —aprobado por Francisco— en el que refiere que las uniones homosexuales “no pueden ser bendecidas por la Iglesia”. La razón es que “no están destinadas” a ser parte del “plan de Dios” que consiste en el matrimonio de un hombre y una mujer para “crear una nueva vida”.
Dios “no bendice ni puede bendecir el pecado: bendice al hombre pecador, para que reconozca que es parte de su plan de amor y se deje cambiar por él”, agregaba el escrito. Es decir, los homosexuales deben ser tratados con dignidad y respeto, pero que el sexo homosexual está —para la Iglesia— “intrínsecamente desordenado”.