Mañana se cumplen 47 años de una de las peores tragedias que ha tenido que soportar el Perú por acción de la naturaleza: el terremoto de 7.9 grados en la escala de Richter que de por sí destruyó el Callejón de Huaylas, y que a su vez generó un aluvión que sepultó la ciudad de Yungay. Todo esto provocó al menos 70 mil víctimas, solo entre muertos y desaparecidos.

Lo dramática de esta fecha debe servir para recordar a las víctimas, y a la vez preguntarnos si como país y como ciudadanos, a casi medio siglo de la mencionada tragedia, estamos preparados para hacer frente a un evento similar, teniendo en cuenta que habitamos en una de las zonas más sísmicas del planeta y que el peligro de un nuevo terremoto se mantiene latente.

Lamentablemente, situaciones como El Niño costero nos hacen ver que falta mucho por hacer para estar en condiciones de atender a los afectados de manera eficiente y oportuna, incluso en Lima.

Otra muestra es la indiferencia que se ve, por ejemplo, ante el peligro que representa la laguna de Palcacocha, en la parte alta de Huaraz, que ante el desprendimiento de una parte del nevado que se levanta a su lado, podría causar una tragedia en la capital ancashina.

Un país que se jacta de tener recursos, hasta para organizar unos juegos deportivos como los Panamericanos, debería hacer mucho más para estar en condiciones de afrontar un sismo de gran magnitud. Mucho se avanzaría, por ejemplo, dotando a las Fuerzas Armadas y a los bomberos para que puedan dar una respuesta inmediata apenas suceda una emergencia.

Los terremotos no avisan y solo queda estar prevenidos para no volver a vivir tragedias como la del Callejón de Huaylas hace 47 años.