Excepto en tiempos de “la virgen que llora”, cuya fabricación atribuyen a la gente de Fujimori, nunca como ahora había visto participar a la madre de Jesús en una campaña electoral, mencionada para provocar la reacción de los católicos a los que nos afecta la blasfemia.

Apena ver tanto manoseo de las creencias religiosas, en un proceso de naturaleza distinta, donde supongo que la jerarquía católica no ha querido sentar posición y llamar a la moderación para no atizar el fuego y poner en evidencia que tampoco la Iglesia está libre de extremos ideológicos.

Las constantes alusiones a aspectos de sexualidad también se han introducido, innecesariamente, con el ánimo de llamar la atención y alejar el debate de la racionalidad, de la discusión de planes de gobierno.

La pelea no se da en la academia ni el foro público, se produce revolcándose en el fango del corral y a la vista de audiencias agresivas en las redes sociales. Esta son nuestras primeras elecciones con el reinado de las redes sociales donde sus protagonistas exudan secreciones biliares y todas las frustraciones y traumas que, en este prolongado encierro, no han podido metabolizar. En este sentido, los efectos de distracción de estos temas no deberían influir en el electorado con capacidad de discernir.

Estamos en guerra y lo que corresponde venir es un gobierno de posguerra, necesitamos mejores personas como gobernantes, líderes que convoquen, no sujetos con los colmillos afilados, desentrañando lo que nos divide, no lo que nos une. Oremos para que ese alto porcentaje de indecisos que aparece en las encuestas tenga la sabiduría, en las semanas que restan, para decidir por la opción más adecuada a las circunstancias que vivimos. No va a ocurrir un milagro si nosotros no creamos, con nuestro voto, las condiciones porque, como se dice, a Dios rogando y con el mazo dando.