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El mester de juglaria, cuyas primeras versiones se conocen desde el siglo XI, es la primera forma de literatura integral y generalizada. El oficio del jocularis poético -la chanza o la ironía- está en el origen de la literatura castellana y, en el mester de los juglares errantes, se sumaban la comunicación oral, la música y el verso. Una literatura total como en nuestro tiempo lo es la ópera.

Solo siglos después, la comunicación escrita, muda, pretendidamente intelectiva, se independizó y llegó a monopolizar la literatura. La oratoria y la música fueron expulsadas de su reino. El monopolio se consolidó con el racionalismo del Siglo de las luces y lo que no estuviera en los archivos de una biblioteca dejó de ser literatura. A ello también contribuyeron la sociedad industrial, cuya producción en serie fomentó la novela masificada, y el siglo XX con el periodismo extenso.

Pero vivimos tiempos nuevos. La prensa se hace web, la novela disminuye sus ventas, los escritores se hacen periodistas -suerte de juglares en prosa-, el blog lírico o denunciante arrasa. Ya había anticipado Borges: “¿Para qué haría una novela si puedo hacer un cuento?”. Estamos volviendo al origen. Literatura, del latín litterae (formación y uso de las letras), es también literatura oral y musical. Alguna vez en mi libro Pida la Palabra reclamé por qué el lenguaje oral con más de trescientos mil años de existencia ha sido preferido ante la escritura, que solo tiene cinco mil. Según eso, los Himnos Vedas de la India, repetidos oralmente por miles de años, dejaron de ser literatura. Y sin confesarlo, la Real Academia de la Lengua pasó a ser Academia de la Escritura; es decir, de la media lengua.

Negarse a reconocer el verso musical como una forma de literatura desconoce la definición por la misma Academia de la Lengua como “arte de la expresión verbal” o actividad de raíz artística que aprovecha como vía de expresión el lenguaje. No debemos, pues, reducir literatura a escritura. Ni la Tierra ni la literatura son cuadradas, en su circularidad hay migración, mestizaje, trashumancia.

John Donne, el poeta metafísico inglés del siglo XVI, escribió en su bellísima poesía For whom the bell tolls?: “Ningún hombre es una isla, (…) la muerte de cada hombre me disminuye porque estoy involucrado en la humanidad. Por tanto, no envíes a alguien a preguntar por quién doblan las campanas. Doblan por ti”. Hoy, miles de millones de seres, involucrados en la belleza y en los temas humanos por Dylan, un juglar del siglo XX, podrían parafrasear a Donne: no preguntes por qué ni a quién dieron el Premio Nobel. Te lo dieron a ti, colectivo y universal que entendiste la literatura global con sus versos musicales. Nos lo dieron a todos, a nosotros.

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