Bien promocionada, con bombos y platillos, por el guionista y director Aldo Miyashiro y toda su “batería”, la película “Atacada: La teoría del dolor” se ha estrenado a nivel nacional. Su autor ha sostenido desde hace tiempo su abierta intención de crear conciencia social entre los peruanos con este trabajo, para que el abuso sexual sea realmente combatido con todo el peso de la ley. Sin embargo, su propuesta no resulta en absoluto convincente.

Andrea (Erika Villalobos) es una secretaria que al principio del relato manifiesta sentirse muy feliz porque pronto se casará con su novio y formará un hogar. Una noche asiste a una fiesta organizada por la empresa donde trabaja y es golpeada y violada por el hijo del dueño (Jason Day). A partir de ese terrible hecho comenzará para ella un vía crucis.

Decidida a que se le haga justicia, Andrea denunciará a su atacante y el caso será ventilado mediáticamente, lo que parecerá complicar las cosas para el demandado. No obstante, el poder detrás de la familia del violador permitirá a sus abogados comprar a los testigos y desacreditar a la agraviada, perdiendo esta toda posibilidad de acción legal a su favor. Entonces solo quedará la venganza.

PURA VENGANZA. Nos preguntamos, ¿es la intención del realizador proponer la discusión sobre el abuso sexual o contar una historia en la que como no se hace justicia a la buena hay que conseguirla a la mala? Porque lo que destilan las imágenes son las correrías de una mujer que es una víctima no solo de quienes la atacan o intentan destruirla, sino también de aquellos que le prestan ayuda.

Por ejemplo, el contraste entre Andrea y su liberal amiga (Pierina Carcelén) dice bastante de la falsa moral de la película. Vemos a la primera completamente incómoda en una reunión a la que ha ido sin ganas y, en el colmo de todos los males, la abusan sexualmente. En cambio, la amiga está allí para divertirse hasta las últimas consecuencias y lo hace sin ninguna inhibición, como una cualquiera. Más adelante traiciona a Andrea y recibe un castigo a todas luces excesivo.

Esta clase de polarización es la que afecta a la narración, plagada de estereotipos, con personajes que carecen del suficiente espesor psicológico, esbozados con lo justo. Lo que se percibe claramente en el enfrentamiento de la partes con sus abogados, pero sobre todo en las escenas judiciales (entendemos que inspiradas en el modelo estadounidense para darles mayor agilidad), al borde de la caricatura.

Lo increíble, empero, viene en la última parte, cuando los amigos de barrio de la humillada Andrea toman la justicia por su mano, pero sin decirle nada a ella (la explicación la da el cineasta en una última escena al término de los créditos finales). Ya no estamos aquí frente un drama sobre el abuso sexual, sino ante la más impúdica aplicación de la Ley del Talión, ilustrada de la manera más efectista y truculenta posible.