Imposible dejar de escribir hoy sobre la matanza ocurrida ayer en París, en que tres terroristas islámicos vestidos de negro y provistos de fusiles, cometieron un brutal atentado contra la vida y la libertad que tenemos todos los seres humanos de expresarnos, al ingresar a las oficinas del semanario Charlie Hebdo y matar a 12 personas, entre periodistas, dibujantes y efectivos de seguridad en venganza por ilustraciones que supuestamente ofenden al profeta Mahoma.

Lo visto ayer a través de la prensa ha sido la forma más brutal de atentar contra un ser humano por su forma de pensar y expresarse. Hay formas más sutiles, claro. Ahí está la censura, la deportación, el sabotaje material o electrónico, la requisa de ejemplares y otras también condenables. Pero la perpetrada por los asesinos de París ha sido la más salvaje, al meterle balazos a un grupo de personas como castigo por lo que manifestaron usando papel y tinta.

En pleno siglo XXI, no se puede permitir ningún tipo de atentado contra las libertades, y menos de este calibre, provenga de gobiernos o de fundamentalistas religiosos. Y acá no se trata de sacar cara, como periodista, por el derecho a expresarse sin cortapisas a través de un medio. Lo señalo porque en estos tiempos el mejor indicador de democracia y libertad ya no son las elecciones cada cuatro o cinco años, sino la facilidad o dificultad con que los ciudadanos pueden manifestar lo que piensan.

Pero aparte del atentado contra el semanario Charlie Hebdo, la situación vivida ayer en París resulta casi inédita y muestra un grave problema de seguridad en Francia, pues a diferencia de otros atentados cometidos contra blancos occidentales, en que se recurría a explosivos colocados con anterioridad, esta vez hemos tenido a unos sujetos provistos de fusiles AKM que han actuado con total libertad en las calles, con los rostros cubiertos y conduciendo un vehículo.

El mundo libre está de luto y debería estar muy preocupado, pues lo sucedido en la capital francesa ha sido un brutal ataque contra Charlie Hebdo y también contra la libertad de expresarse no solo de los periodistas, sino de todos los ciudadanos del mundo, que incluso a través de una cuenta en Facebook, Twitter u otras redes sociales, podrían difundir contenidos que a cualquier fundamentalista de por ahí podrían no gustarle.